meta name="google-adsense-account" content="ca-pub-6727316351664863"> Vida y Verdad: Teología
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La Palabra de Dios: Su utilidad

 


Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra 

- 2 Timoteo 3:15-17. 

“Toda Escritura”, se refiere concretamente al Antiguo Testamento, y también a aquellas porciones del Nuevo que entonces no existían y estaban en proceso de comunicación a los hombres escogidos por Dios. Pedro habla de las Epístolas [Cartas] de Pablo cómo “Escrituras” (2 Ped 3:16) en el día de hoy está justificado ampliar este verso a toda la Biblia. Histórico culturalmente hablando, la inspiración de la profecía, la poesía y la música estaba ampliamente difundida en el mediterráneo antiguo. La creencia era naturalmente ampliada a libros proféticos. El énfasis que se hace en cuanto a la inspiración de las Escrituras se equipa con las designaciones veterotestamentarias para la ley y las profecías divinas como “Palabra de Dios”. El judaísmo casi de manera universal acepta el Antiguo Testamento como “Palabra de Dios.” Al ofrecer su lista de ejemplos sobre “Toda buena obra (v.17). Pablo emplea términos comunes de la educación antigua (v.16); “Capacitado”. Estos términos caracterizaban especialmente a la educación griega (LXX “Septuaginta” usa el término “disciplina”). La reprensión era especialmente importante en el judaísmo, donde primero debía hacerse privado y con gentileza. La autoridad, la fuente y el contenido apropiado para cualquier de estas obras era y es las Escrituras.

Este es uno de los versos más importantes de la biblia, ya que se expresa a sí misma como “sagrada”[1] y nos enseña que las “Escrituras son inspiradas por Dios”, la palabra “inspirada” del gr. theopneustosquiere decir “Soplada por Dios”, refiriéndose a la vida que en ella hay por parte de su origen y el efecto de su comunicación al hombre. De forma milagrosa Dios comunicó su “Palabra” a los hombres y los condujo a escribirla para ser preservada de manera permanente. Lo que ellos escribieron era la misma “palabra de Dios”, inspirada y sin error alguno, no un concepto personal sobre ella. Las palabras fueron dadas por el “Espíritu”. Sí se lee (1 Cor 2:13), este verso comunica que los escritores emplearon las palabras que les enseñó el Espíritu. Los escritores de la Biblia no dieron su propia interpretación privada de las cosas, sino que escribieron el mensaje que les fue dado por Dios tal cual les fue comunicado a ellos en una línea perfectamente contextual al Antiguo Testamento (2 Ped 1:19-21).

 

Dios dirigió la actividad de estos hombres, utilizando sus personalidades individuales, para componer y registrar sin error alguno (Manuscritos originales, aunque las copias son fieles) la Palabra de Dios a los hombres. Cristo atestiguó que la inspiración se extiende a las Palabras mismas (Mt 5:18, Jn 10:35). Pablo cita en (1 Tim 5:18) a (Deut y Lc) en un mismo verso como Escritura. La inspiración no implica un dictado mecánico, sino un registro exacto de las palabras de Dios la cual se extiende solo a los mensajes originales. Aquí se puede observar claramente cuál es el propósito divino de la Escritura[2]:

  1. Útil: Cada una de sus palabras es útil, es el único alimento espiritual Escrito que sale de Dios. La palabra “útil” del gr. “ofélimos” significa “provechoso”. Denota: “marcar el horizonte” “poner límites necesarios”.
  2. Para enseñar: Doctrina. Expone la mente de Dios tocante a temas concernientes a Él. Nos muestra y enseña la perfecta voluntad de Dios, que agrada y que no agra a Dios, “enseñar” del gr. “didarkalia” significa “Instrucción”. Mostrar la materia de crecimiento. La Escritura nos Informa.
  3. Para redargüir [reprender]: Al leer la Biblia, esta nos habla de manera directa acerca de aquellas cosas en nuestras vidas que desagradan a Dios. También es provechosa para refutar los errores y responder al tentador [Satanás] - (Mt 4:1-11) Jesús la usó en todo momento diciendo: Escrito está. La palabra “redargüir” del gr. “elenjos” es “convencer amonestando”. En este caso la Biblia reprende el pecado.
  4. Para corregir: No solo señala lo que es erróneo, sino que expone la forma en que se puede enderezar. Por ejemplo, (Ef 4:28) El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. La primera parte del verso se puede considerar como reprensión (expone), mientras la segunda parte es corrección (corrige). La palabra griega para corregir es “epanordosis” y significa “enderezar de nuevo a su estado natural, reformar, distribuir ordenadamente” la biblia corrige el error.
  5. Para instruir en Justicia: La gracia de Dios enseña al creyente a vivir una vida piadosa, pero las Escrituras le enseñan de manera detallada las cosas que constituyen esa clase de vida. La palabra instruir del gr. “paideía” significa “tutoría, educación, entrenamiento disciplinario” y “justicia” del gr. “diakosúne” significa “comportamiento recto ante Dios y los hombres”. La biblia educa al creyente como hacer lo correcto, de manera correcta.

La finalidad de la Escritura se expresa en ella misma. “A fin” El propósito y el uso adecuado de la Escritura es que el “Hombre de Dios” lo cual alude a un “representante administrativo de los asuntos celestiales” esté preparado para hacer lo correcto.  

Por medio de la Palabra de Dios el creyente puede ser:

  1. Perfecto: la perfección que habla aquí es Cristo en el creyente, la madurez del Señor (Gál 5:22-23), ya que Él es el único ser perfecto en sí mismo, y es el mismo Espíritu el cual hace real la vida de Cristo en el creyente, la perfección y plenitud de Dios (Col 2:9-10). Solo por medio del fruto del Espíritu lo cual quiere decir: el producto o resultado de la vida y naturaleza Divina en el creyente, es lo que glorifica a Dios (Jn 15:8), ese fruto solo se alcanza por la Palabra misma y es la misma Palabra de Dios la cual da ese crecimiento (1 Cor 3:6-7). “Perfecto” del gr. “ártios” es “completo” (un acto total en tiempo presente) “Que no le falte nada para completar su cometido.” La Escritura perfecciona al creyente en la persona de Cristo para que pueda cumplir toda demanda divina.
  2. Enteramente preparado: es la biblia todo lo que se necesita para la preparación espiritual, el creyente que verdaderamente rinde reverencia, gloria y honor, su preparación debe ser bíblica, y de la misma manera todo lo que conlleva a su manera de hablar debe ser siempre por la misma Palabra de Dios ya que es la única que prepara, da crecimiento y edifica al creyente. “Enteramente preparado” del gr. “exartízo” significa “Equipado completamente”. Denota: “Ser maestro en capacidades plenas.”  El sujeto recibe la acción del verbo, su acción fue completada en el pasado con resultados continuos. La Palabra de Dios trae esa preparación en el creyente constantemente para que pueda ejercer: toda buena obra.
Toda buena obra: lo cual es el objeto de la salvación, no la salvación es el objeto o resultado de las buenas obras, sino que el creyente obra porque ya es salvo (Ef 2:8-10). Servir a Dios es el resultado de un agradecimiento por lo que Él ya logró, no por lo que Él logrará. Hay que entender que, así como la salvación es por gracia el servicio también, ya que es un reflejo de la gracia impartida al creyente, le amamos porque Él nos amó primero (1 Jn 4:19).  Le servimos porque Él nos sirvió primero (Mt 20:28). Todo se encierra en la Obra y persona de Cristo, no en la del creyente. En lo que Él ya logró, no en lo que nosotros hacemos. Por lo tanto, “toda buena obra” del gr. “agadsús” significa “bien, valioso, honrado” en este caso, la Escritura nos equipa para “Saber hacer lo correcto de forma correcta bajo la motivación correcta”.


[1] 2 Timoteo 3:15

[2] 2 Timoteo 3:16-17


Tomado del libro: Teologia Biblica  Sistematica & Expositiva: Cap I Bibliologia.



Sin Condenación

 


Romanos 8:1: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús.

La razón por que emito del texto la parte subsiguiente (los que no andan conforme la carne, sino conforme al Espíritu) es porque no aparece en los manuscritos antiguos, considerado en sí un adherido para comprender el contraste contextual del que vive en la carne y el que vive dirigido por el Espíritu de Dios.

Aquí podemos observar algo sumamente importante en su contexto. Desde el valle de la desesperación y de la derrota, el apóstol Pablo asciende ahora a las alturas con un clamor de triunfo: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. Esto se puede comprender de dos maneras. Primero, no hay condenación de parte de Dios por lo que toca a nuestro pecado, porque estamos en Cristo. Había condenación mientras estuviésemos en nuestra primera cabeza federal, Adán. Pero ahora estamos en Cristo y por ello estamos tan libres de condenación como Él jamás podrá ser condenado, gracias a la aplicación de Su justicia en el creyente, como mencioné en el capítulo anterior. De forma que podemos lanzar el reto:

Alcanza primero a mi bendito Salvador, Prívalo de la estima en que Dios le tiene; Prueba si puedes que en Jesús algún pecado hay, Y entonces inmundo me podrás declarar. W. N. Tomkins. Otro punto importante es que también puede significar que ya no hay necesidad de la clase de condena propia que Pablo describió en el capítulo 7 en su contexto inmediato. Podemos pasar a través de una experiencia de Romanos 7, la travesía de quien confía en sí mismo (carne) y no en los recursos divinos (Espíritu), incapaces de cumplir las demandas de la ley mediante nuestros propios esfuerzos, pero no tenemos por qué quedarnos allí. Por qué no hay ahora, pues, ninguna condenación.

Histórico-culturalmente en el A.T. carne podía hacer referencia a cualquier criatura mortal, pero designaba especialmente a los seres humanos. Llevaba la connotación de debilidad y mortalidad, especialmente al ser contrastada con Dios y su Espíritu por Eje. (Gén 6:3, Is 31:3, Sal 78:39). Para el periodo del N.T. esta connotación de debilidad se extendía a la debilidad moral, al igual que en los Rollos MM mejor conocidos como los Rollos que Qumrán los cuales traducían como susceptibilidad humana al pecado, o egocentrismo, como un opuesto a centrado en Dios. Una vida gobernada bajo el dominio tirano de la carne es una dependiente del esfuerzo y recurso humano personal finito, es una vida egoísta, a diferencia de una dirigida por el Espíritu de Dios conforme las Escrituras. La forma retórica que Pablo utiliza las palabras carne y Espíritu en todo el capítulo de Romanos 8 da entender las dos esferas existentes, en Adán o en Cristo, no las dos naturalezas de la persona. 

En los escritos del N.T. carne en sí misma, no es mala, Cristo se hizo carne (Jn 1:14), en si la materia no es mala, hay que comprender que la materia en si es buena, depende de su uso es lo que determina si está mal o bien, eje. (Gén 1:1-31) Dios vio que todo era bueno, incluso hasta el fruto prohibido está en ese escalón, ya que en el momento que Dios con su poder creativo hizo que creciera toda planta y todo árbol con fruto, estuvo presente el prohibido (Gén 1:12), y era bueno, lo que fue malo en sí no era el árbol con su fruto, sino el mal uso que Adán (el rojizo) le dio al mismo, no fue el fruto la causa de la caída, fue la desobediencia del hombre. En si la materia no es mala, pero si vemos el Hijo se materializó, se hizo carne, pero no carne de pecado (Rom 8:3), ya que en Él no hubo, ni habrá pecado alguno (1 Pd 2:22). La traducción de la NVI da lugar a equivocación, porque hay muchos hoy día que piensan sobre este texto que Espíritu y carne son dos naturalezas de la persona, en sí Espíritu no es parte esencial del humano, sino más bien es la presencia misma de Dios en el humano creyente arrepentido. Según el contexto inmediato de Romanos Cap. 8, Romanos 7:15-25 describe la lucha de dos aspectos de la personalidad humana:

Razón y acción: tratando de cumplir la moralidad divina mediante el esfuerzo humano, dando entender que tal lucha es una inútil.

Razón y aceptación: acepta que el único medio por el cual se puede vivir tales demandas es por la capacitación del Espíritu, su poder vigorizante de gracia (Hch 1:8) ya que el poder de Dios es la capacitación moral divina en el hombre arrepentido.

En tales tiempos había un pensamiento común sobre una bifurcación radical del ser humano en una parte moralmente vertical ¨espiritual¨ contra una parte inmoral ¨corporal¨ esa era una idea neoplatónica ajena al contexto y mente de Pablo al expresar la carta, por ello hace uso del juego retórico para que la congregación comprendiera claramente. Ese pensamiento ajeno a lo antes mencionado fue introducido por los gnósticos, en la interpretación del N.T. nunca los lectores judíos y creyentes gentiles en Cristo en ese tiempo hubieran dado uso de tal inclinación interpretativa al menos que falsos maestros como los gnósticos y los filósofos griego-platónicos las hubieran introducido, ya que pablo hablaba claro sobre el tema.

Pablo expresó claro que la mera existencia corporal y fuerza humana, es mortal e inadecuada para resistir el pecado. Aun cuando el termino se usó en las Escrituras con flexibilidad, en un sentido somos carne (como se hace mención anteriormente sobre el A.T. ¨humanos¨) el problema no es que la gente sea carne, sino que viva la vida a su manera en lugar de vivirla mediante el poder y la gracia de Dios en conformidad a sus órdenes Escritas. En el N.T. algunas veces distingue entre el cuerpo humano y el alma, pero esta distinción no es el punto para contrastar entre andar en el Espíritu y andar en la carne (Rom 8:4). En el A.T. el Espíritu ungió al pueblo de Dios especialmente para profetizar, pero también los dotó con poder para hacer otras cosas. Aquí como en los Rollos de Qumrán, y ocasionalmente en el A.T. el Espíritu capacita a la persona para vivir justamente (Ezq 36:27). En el judaísmo el Espíritu indicaba la presencia de Dios, aquí el Espíritu indica vida, haciendo observación adecuada del contexto histórico-cultural y sus creencias en ese tiempo, podemos entender conforme el texto que una identificación sana con la persona de Cristo dará por resultado una seguridad presente y futura de su vida en Él.

Hay dos palabras claves en el texto expuesto de Romanos 8:1 y estas son condenación y Cristo Jesús, es un contraste magno. La palabra condenación viene de gr. katakrima. Alude a un veredicto o sentencia de culpabilidad. La misma proviene de gr. katakrino. Que significa juicio en contra. Se refiere a un resultado causado por la caída de Adán (Rom 5:16-18), alude una ausencia de justicia en su vida y caminar. Entonces si un creyente es dotado con el Espíritu de Dios, es a causa de que la justicia divina ha sido imputada en él, esto da entender que un creyente al depositar su fe en Jesús es dotado con justicia no solo ante Dios, sino para su caminar diario, y es libre de la condenación, por ello sigue el texto explicando que esa condena a causa de Adán, por herencia humana, ya no es aplicada porque pasó de esa cabeza federal a la nueva, Jesucristo, del gr. jristos. El ungido, el mesías, es un adjetivo de gr. jrio que significa ungir, esta palabra era aplicada a los sacerdotes los cuales se les separaba con aceite para su servicio. Entonces si el creyente se identifica con Jesús está adquiriendo no solo su justicia ante Dios por gracia, sino también la justicia que el Hijo otorgó para testificarle. 

Parte esencial de la identidad en Cristo es la seguridad que el creyente puede experimentar en su justicia divina, que, así como Él no sufre condenación, así tampoco el creyente porque participa de sus beneficios por su gracia. ¡inocente! Estas palabras a una persona condenada a muerte son un refrigerio a su alma, la realidad es que toda la humanidad está condenada a muerte por haber violado la santa ley de Dios de forma natural, sin embargo, gracias a Jesucristo los que creen identificándose con Él son declarados libres de culpa y del poder del pecado, el cual es la causa de ello, y ahora en base a tal identidad reciben el poder capacitador de la gracia para cumplir la voluntad divina, sin Cristo no habría esperanza y mucho menos justicia.

Como antes mencioné todo aquel que deposita su fe en Jesucristo adquiere su justicia, la cual es inquebrantable e irrevocable, eso debe causar una seguridad en el creyente dedicado a conocer las Escrituras, hay dos factores importantes en tal seguridad, una es la presente y otra es la eterna.

Seguridad Presente

En la experiencia del creyente, la seguridad de que uno es salvo por la fe en Cristo es esencial para el cumplimiento de todo el programa de crecimiento en la gracia y el conocimiento de Él. La seguridad es asunto de experiencia y se relaciona con la confianza personal en la salvación presente. No se debe confundir con la doctrina de la seguridad eterna del creyente, que discutiremos más adelante. La seguridad eterna es una cuestión de doctrina, mientras la seguridad presente es un asunto de lo que la persona cree en un momento dado acerca de su salvación personal.

La seguridad presente depende de tres aspectos importantes de la experiencia:

1) comprensión de que la salvación provista en Cristo Jesús es completa.

2) el testimonio confirmatorio de la experiencia cristiana.

3) aceptación por fe de las promesas bíblicas de la salvación. 

Eso nos llevará al siguiente paso:

Comprensión de la naturaleza de la salvación

Para tener una verdadera seguridad de salvación es esencial tener una clara comprensión de lo que Cristo obtuvo por medio de su muerte en la cruz. La salvación no es una obra del hombre para agradar a Dios, sino una obra de Dios en favor del hombre. Depende completamente de la gracia divina, sin tener en consideración ningún mérito humano. La persona que comprende que Cristo murió en su favor y proveyó una salvación completa que se ofrece a cualquiera que cree sinceramente en Cristo, puede tener la seguridad de su salvación en cuanto cumple la condición de confiar en Cristo como Salvador. En muchos casos la falta de seguridad se debe a una comprensión incompleta de la naturaleza de la salvación y del Salvador. Una vez que se ha comprendido que la salvación es un obsequio que no puede obtenerse por esfuerzos humanos, que no puede merecerse y que está disponible como un don de Dios para todo aquel que la reciba por fe, se ha echado una base adecuada para la seguridad de la salvación, y la cuestión se resuelve por si sola en la respuesta a la pregunta de si uno ha creído realmente en Cristo. Esta pregunta puede ser respondida por las confirmaciones que se encuentran en la experiencia cristiana de una persona que ha recibido la salvación.

Entre las diversas realizaciones divinas que en conjunto constituyen la salvación de un alma, la Biblia da un énfasis supremo a la recepción de una nueva vida de parte de Dios. Más de 85 pasajes del N.T., confirman este rasgo de la gracia salvadora. La consideración de estos pasajes deja ver el hecho de que esta vida impartida es don de Dios para todo aquel que cree en Cristo (Jn 10:28; Rom 6:23); es de Cristo (Jn 14:6); es Cristo que mora en el creyente en el sentido de que la vida eterna es inseparable de Él (Col 1:27; 1 Jn 5:11, 12) y, por lo tanto, es eterna como Él es eterno.

La confirmación testimonial de la experiencia

Basado en el hecho de que Cristo mora en él, el creyente debe probarse a sí mismo si está en fe (2 Co 13:5); porque es razonable esperar que el corazón en el que Cristo mora, en condiciones normales, esté consciente de su maravillosa presencia. Sin embargo, el creyente no es dejado a merced de sus sentimientos e imaginaciones equívocos en cuanto a la forma precisa en que se manifestará Cristo en su vida interior, y esto queda claramente definido en las Escrituras. Esta revelación particular tiene un propósito doble para el creyente que está sujeto a la Palabra de Dios:


·       Lo protege contra la suposición de que el emocionalismo carnal es de Dios. Creencia que ha encontrado muchos seguidores en la actualidad.

·       Establece una norma de realidad espiritual.

Es obvio que una persona inconversa, aunque sea fiel en su conformidad exterior a la práctica religiosa, jamás manifestará la vida que es Cristo. De igual manera, el profesante carnal es anormal, en el sentido de que no tiene modo de probar por la experiencia que tiene la salvación. Aunque la vida eterna en sí es ilimitada, toda experiencia cristiana normal es limitada por lo carnal (1 Co 3:1-4). El creyente carnal está tan perfectamente salvado como el espiritual, porque ninguna experiencia, mérito o servicio forman parte de la base de la salvación. Aunque aún sea un bebé, está en Cristo (1 Co 3:1). Su obligación hacia Dios no es ejercer la fe salvadora, sino someterse al propósito y voluntad de Dios en las Escrituras. Es de importancia fundamental comprender que una experiencia cristiana normal solo pueden tenerla quienes están llenos del Espíritu.

La nueva vida en Cristo que viene como resultado de ser salvo por la fe produce ciertas manifestaciones importantes: 

1.     El conocimiento de que Dios es nuestro Padre Celestial es una de las preciosas experiencias que pertenecen a quien ha puesto su confianza en Cristo. En Mt 11:27 se declara que ninguno conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo lo quiera revelar. Una cosa es saber algo acerca de Dios, experiencia posible en una persona no regenerada, pero es algo muy distinto conocer a Dios, lo que solo puede ser realizado en la medida que el Hijo lo revele, y ¨esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado¨ (Jn 17:3). La comunión con el Padre y con el Hijo es algo conocido solamente por quienes «andan en luz» (1 Jn 1:7). Por lo tanto, una experiencia cristiana normal incluye una apreciación personal de la paternidad de Dios.

2.     Una realidad nueva en la oración es otra experiencia confirmatoria que conduce a la seguridad presente. La oración asume un lugar muy importante en la experiencia del cristiano espiritual. Se convierte gradualmente en su recurso más vital. Por medio de la acción interior del Espíritu que mora en él, el creyente ofrece alabanzas y acciones de gracias (Ef. 5:18-19), y par obra del Espíritu es capacitado para orar en conformidad con la voluntad de Dios (Rom 8:26-27; Jud 20). Además, es razonable creer que, puesto que el ministerio de Cristo en la tierra y en el cielo ha sido y es en gran parte un ministerio de oración, la persona en cual Él mora será guiada a oración en forma normal.

3.     Una nueva capacidad para comprender las Escrituras es otra importante experiencia relacionada con la salvación. Según la promesa de Cristo, el hijo de Dios entenderá por obra del Espíritu las cosas de Cristo, las cosas del Padre y las cosas venideras (Jn 16:12-15). En el camino de Emaús, Cristo abrió las Escrituras a los que lo oían (Lc 24:32) y abrió los corazones de ellos a las Escrituras al mismo tiempo (Lc 24:45). Semejante experiencia, a pesar de ser tan maravillosa, no es solamente para ciertos cristianos que gozan de un favor especial de Dios; es la experiencia normal de todos los que están a cuentas con Dios (1 Jn 2:27), puesto que es una manifestación natural de Cristo que mora en el creyente.

4.     Un nuevo sentido de la pecaminosidad del pecado es una experiencia normal de la persona que es salva. Así como el agua quita todo lo que es ajeno e inmundo (Ez 36:25; Jn 3:5; Tit 3:5-6; 1 Pd 3:21; 1 Jn 5:6-8), la Palabra de Dios desplaza todas las concepciones humanas e implanta los ideales de Dios (Sal 119:11), y por la acción de la Palabra de Dios aplicada por el Espíritu, la manera divina de estimar el pecado desplaza la estimación humana. Es imposible que Cristo, que no tuvo pecado y sudó gotas de sangre al ser ofrecido como ofrenda por el pecado, no produzca una nueva percepción de la naturaleza corrompida del pecado en la persona en la cual mora, cuando tiene libertad para manifestar su presencia.

5.     Se recibe un nuevo amor por los inconversos. El hecho de que Cristo murió por todos los hombres (2 Co 5:14-15, 19) es la base que permite a Pablo decir: «De aquí en adelante a nadie conocemos según la carne» (2 Co 5:16). Dejando a un lado todas las distinciones terrenales, él consideraba a los hombres, a través de sus ojos espirituales, como almas por las cuales Cristo murió. Por la misma razón, Pablo no cesaba de orar por los perdidos (Rom 10:1) y de esforzarse por alcanzarlos (Rom 15:20), y por amor a ellos estaba dispuesto a «anatema, separado de Cristo» (Rom 9:1-3). Esta compasión divina debiera ser experimentada por cada creyente lleno del Espíritu, como resultado de la presencia divina en su corazón (Rom 5:5; Gál 5:22).

6.     Se experimenta también un nuevo amor por los salvados. En 1 Juan 3:14 se presenta el amor por los hermanos como una prueba absoluta de la salvación personal. Esto es razonable, ya que por la obra regeneradora del Espíritu Santo el creyente es introducido a un nuevo parentesco con la casa y familia de Dios. Solo en ella existe la paternidad verdadera de Dios y la verdadera hermandad entre los hombres. El hecho de que la misma presencia divina esté en el interior de dos individuos los relaciona en una forma vital y les otorga un lazo correspondiente de devoción. El amor de un cristiano por otro es, de este modo, la insignia del verdadero discipulado (Jn 13:34-35), y este afecto es la experiencia normal de todos los que son nacidos de Dios.

7.     Una base suprema para la seguridad de la salvación es la manifestación del carácter de Cristo en el creyente. Las experiencias subjetivas resultantes debidas a la Presencia divina no estorbada en el corazón se señalan con nueve palabras: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza, (Gál 5:22-23), y cada palabra representa un mar de realidad en el plano del carácter ilimitado de Dios. Esta es la vida que Cristo vivió (Jn 13:34; 14:27; 15:11), es la vida de semejanza con Cristo (Fil 2:5-7) y es la vida que es Cristo (Fil 1:21). Debido a que estas gracias son producidas par el Espíritu que mora en cada creyente, esta experiencia ha sido provista para todos.

8.     Las experiencias combinadas de la vida cristiana producen una conciencia de salvación por fe en Cristo. La fe salvadora en Cristo es una experiencia bien clara. El apóstol Pablo decía acerca de Si: «Yo sé a quién he creído» (2 Ti. 1:12). La confianza personal en el Salvador es un acto tan definido de la voluntad y una actitud tan clara de la mente, que difícilmente podría uno engañarse al respecto. Pero Dios tiene el propósito de que el cristiano normal esté seguro en su propio corazón de que ha sido aceptado por Dios. El cristiano espiritual recibe el testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios (Rom 8:16). En forma similar, habiendo aceptado a Cristo, el creyente no tendrá más conciencia de condenación a causa del pecado (Jn 3:18; 5:24; Rom 8:1; Heb 10:2). Esto no implica que el cristiano no estará consciente del pecado que comete; se trata más bien de que está consciente de haber sido aceptado eternamente por Dios por media de la obra de Cristo (Efe 1:6; Col 2:13), que es la porción de todo aquel que cree.

Al concluir la enumeración de los elementos esenciales de una verdadera experiencia cristiana, debemos dejar claramente establecido que en todo ello queda excluido el emocionalismo puramente carnal, y que la experiencia del creyente será normal solamente cuando anda en la luz de la Palabra (1 Jn 1:7). En base a tal iluminación Escritural el creyente puede aceptar la verdad de las promesas divinas. 

Aceptación de la verdad en las promesas Escriturales

1.     La confianza en la veracidad de la Biblia y en el cumplimiento cierto de sus promesas de salvación es esencial para tener la seguridad de la salvación. Por sobre toda experiencia y aparte de cualquier experiencia que el cristiano pueda tener una experiencia que a menudo es muy indefinida a causa de la carnalidad, se ha dado la evidencia permanente de la infalible Palabra de Dios. El apóstol Juan se dirige a los creyentes en los siguientes términos: «Estas cosas as he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna» (1 Jn 5:13). Por medio de este pasaje se da seguridad a todo creyente, carnal o espiritual por igual, para que sepan que tienen vida eterna. Esta seguridad se hace descansar, no en experiencias cambiantes, sino sobre las cosas que están escritas en la inmutable Palabra de Dios (Sal 119:89, 160; Mt 5:18; 24:35; 1 Ped 1:23, 25).

Las promesas escritas de Dios son como un título de dominio (Jn 3:16, 36; 5:24; 6:37; Hch 16:31; Rom 1:16; 3:22, 26; 10:13), y así exigen confianza. Estas promesas de salvación forman el pacto incondicional de Dios baja la gracia, sin exigencia de méritos humanos, sin necesidad de experiencias humanas que prueben su verdad. Estas poderosas realidades deben ser consideradas como cumplidas sobre la única base de la veracidad de Dios.

2.     Dudar si uno realmente ha puesto su fe en Cristo y las promesas de Dios es destructivo para la fe cristiana. Hay multitudes que no tienen ninguna certeza de haber hecho una transacción personal con Cristo acerca de su salvación. Aunque no es esencial que uno sepa el día y la hora de su decisión, es imperativo que sepa que ahora está confiando en Cristo sin referencia al tiempo en que comenzó a confiar. El apóstol Pablo afirma que está «seguro que [Dios] es poderoso para guardar mí deposito», esto es, lo que él había entregado a Dios para que se lo guardara (2 Tim 1:12). Obviamente, la cura para la incertidumbre acerca de si se ha recibido a Cristo es recibir a Cristo ahora, teniendo en cuenta que ningún mérito personal ni obra religiosa tiene valor: sólo Cristo puede salvar. La persona que no está segura de haberse entregado a Dios pan fe para recibir la salvación que solo Dios puede dan, puede remediar esta falta dando un paso definitivo de fe. Este es un acto de la voluntad, aunque podría estar acompañado de la emoción y exige necesariamente la comprensión de la doctrina de la salvación. A muchos ha ayudado el decir en oración:

«Señor, si nunca he puesto mi confianza en ti antes, ahora lo hago.» No se puede experimentar una verdadera seguridad de salvación si no hay un acto específico de recibir por fe a Cristo como Salvador en arrepentimiento.

3.     Dudar de la fidelidad de Dios es también fatal para cualquier experiencia verdadera de seguridad. Algunos no están seguros de su salvación porque no están seguros de que Dios los haya recibido y salvado. Este estado mental normalmente es provocado par la búsqueda de un cambio en los sentimientos en lugar de poner la mirada en la fidelidad de Cristo. Los sentimientos y las experiencias tienen su lugar, pero, como se dijo antes, la evidencia definitiva de la salvación personal es la veracidad de Dios. La que Él ha dicho, hará, y no es piadoso ni digno de elogio el que una persona desconfíe de su salvación después de haberse entregado en forma definida a Cristo.

4.     La seguridad de salvación, consecuentemente, depende de la comprensión de la naturaleza de la salvación completa de Dios para quienes ponen su con fianza en Cristo. En parte, puede hallarse una confirmación en la experiencia cristiana, y normalmente hay un cambio de vida en la persona que ha confiada en Cristo como su Salvador. Es esencial que comprenda que la seguridad de salvación depende de la certeza de las promesas de Dios y de la seguridad de que el individuo se ha entregado a Cristo pon fe confiando en que El cumplirá estas promesas. La persona que se ha entregado de este modo puede descansan en que la fidelidad de Dios, que no puede mentir, cumplirá su promesa de salvar al creyente par su divino poder y gracia.

Una clara compresión Escritural iluminada por el Espíritu sobre cuál es la posición del creyente en Él, le dará la experiencia viva presente y segura de su salvación, recordando que ¨Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Rom 8:1)¨ de parte a lo siguiente, una seguridad eterna.

Seguridad Eterna 

Aunque la mayoría de los creyentes en Cristo acepta la doctrina de que pueden tener la seguridad de su salvación en determinado momento en su experiencia, muchas veces se hace la pregunta: «¿Puede perderse una persona que ha sido salva?» Puesto que el temor de perder la salvación podría afectar seriamente la paz mental de un creyente, y por cuanto su futuro es tan vital, esta pregunta constituye un aspecto importantísimo de la doctrina de la salvación.

La afirmación de que una persona salvada puede perderse nuevamente está basada sobre ciertos pasajes bíblicos que parecen ofrecer dudas acerca de la continuidad de la salvación. En la historia de la iglesia ha habido sistemas opuestos de interpretación conocidos como Calvinismo, en apoyo de la seguridad eterna, y Arminianísmo, en oposición a la seguridad eterna (cada uno denominado según el nombre de su apologista más célebre, Juan Calvino y Jacobo Arminio). En mi experiencia e inclinación personal, yo prefiero mantener una postura neutro, Cristo-céntrica, en sí, me identifico más con una Teología Bíblica Sistemática, un compuesto expositivo contextual e histórico gramatical. Pero es importante observar algunos puntos ya que muchos se identifican con ellos, es importante aclarar, no son herejes cualquiera que se incline a uno de estos dos, solo son discrepancias teológicas. Pero en mi parecer prefiero mantenerme como antes mencioné, ya que antes de Arminio y Calvino fue y es Jesucristo, y las Escrituras. Ahora veamos. 

Punto de vista Arminiano:

Los que sustentan el punto de vista Arminiano dan una lista de unos ochenta y cinco pasajes que sustentan la seguridad condicional. Entre éstos los más importantes para ellos son: Mt 5:13; 6:23; 7:16-19; 13:1-8; 18:23-35; 24:4-5, 11-13, 23-26; 25:1-13; Lc 8:11-15; 11:24-28; 12:42-46; Jn 6:66-71; 8:31-32, 51; 13:8;15:1-6; Hch 5:32; 11:21-23; 13:43; 14:21-22; Rom 6:11-23; 8:12-17; 11:20-22; 14:15-23; 1 Co 9:23-27; 10:1-21; 11:29-32; 15:1-2; 2 Co 1:24; 11:2-4; 12:21-13:5; Gál 2:12-16; 3:4-4:1; 5:1-4;6:7-9; Col 1:21-23; 2:4-8, 18-19; 1 Ts 3:5; 1 Tim 1:3-7, 18-20; 2:11-15; 4:1-16; 5:5-15; 6:9-12, 17-21; 2 Tim 2:11-18, 22-26; 3:13-15; Heb 2:1-3; 3:6-19; 4:1-16; 5:8-9; 6:4-20; 10:19-39; 11:13-16; 12:1-17, 25-29; 13:7-17; Stg 1:12-26; 2:14- 26; 4:4-10; 5:19-20; 1 Ped 5:9, 13; 2 Ped 1:5-11; 2:1-22; 3:16-17; 1 Jn 1:5 - 3:11; 5:4-16; 2 Jn 6-9; Jud 5-12, 20-21; Ap 2:7, 10-11, 17-26; 3:4-5, 8-22; 12:11; 17:14; 21:7-8; 22:18-19.

El estudio de estos pasajes requiere la consideración de una cierta cantidad de preguntas. 

1.     Probablemente la cuestión más importante que enfrenta el intérprete de la Biblia tocante a este tema es la de poder saber quién es un creyente verdadero. Muchos de los que se oponen a la doctrina de la seguridad eterna lo hacen sobre la base de que es posible que una persona tenga una fe intelectual sin haber llegado realmente a la salvación. Los que se adhieren a la doctrina de la seguridad eterna están de acuerdo en que una persona puede tener una conversión superficial, o sufrir un cambio de vida solamente exterior, de pasos externos como aceptar a Cristo, unirse a la iglesia o bautizarse, y aun llegue a experimentar un cierto cambio en su patrón de vida, pero sin que haya alcanzado la salvación en Cristo. Aunque es imposible establecer normas acerca de cómo distinguir a una persona salvada de una no salva, obviamente no hay dudas al respecto en la mente de Dios. El creyente individual debe asegurarse en primer lugar de que ha recibido realmente a Cristo como su Salvador. En esto es de ayuda comprender que recibir a Cristo es un acto de la voluntad que puede necesitar algún conocimiento del camino de salvación y podría, hasta cierto punto, tener una expresión emocional, pero la cuestión fundamental es ésta: «¿He recibido realmente a Jesucristo como mi Salvador personal?» Mientras no se haya enfrentado honestamente esta pregunta no puede haber, por supuesto, una base para la seguridad eterna, ni una verdadera seguridad presente de la salvación. Muchos que niegan la seguridad eterna solo quieren decir que la fe superficial no es suficiente para salvar. Los que sostienen la seguridad eterna están de acuerdo con este punto. La forma correcta de plantear el problema es si una persona que actualmente es salvo y que ha recibido la vida eterna puede perder lo que Dios ha hecho al salvarlo del pecado.

2.     Muchos de los pasajes citados por los que se oponen a la seguridad eterna se refieren a las obras humanas o la evidencia de la salvación. El que es verdaderamente salvo debiera manifestar su nueva vida en Cristo por medio de su carácter y sus obras. Sin embargo, puede ser engañoso juzgar a una persona por las obras. Hay quienes no son cristianos y pueden conformarse relativamente a la moralidad de la vida cristiana, mientras hay cristianos genuinos que pueden caer, a veces, en la carnalidad y el pecado en un grado tal que no se les puede distinguir de los inconversos. Todos están de acuerdo en que la sola reforma moral mencionada en Lucas 11:24-26 no es una salvación genuina, y el regreso al estado de vida anterior no es perder la salvación. Varios pasajes presentan el importante hecho de que la profesión cristiana es justificada por sus frutos. Bajo condiciones normales, la salvación que es de Dios se probará por los frutos que produce (Jn 8:31; 15:6; 1 Co 15:1-2; Heb 3:6-14; Stg 2:14-26; 2 Ped 1:10; 1 Jn. 3:10). Sin embargo, no todos los cristianos en todos los tiempos manifiestan los frutos de la salvación. En consecuencia, los pasajes que tratan las obras como evidencias de la salvación no afectan necesariamente la doctrina de la seguridad eterna del creyente, ya que la pregunta decisiva es si Dios mismo considera que una persona es salva.

3.    Muchos pasajes citados para apoyar la inseguridad de los creyentes son advertencias contra una creencia superficial en Cristo. En el Nuevo Testamento se advierte a los judíos que, puesto que los sacrificios han cesado, deben volverse a Cristo o perderse (He. 10:26). De igual manera, los judíos no salvados, al igual que los gentiles, reciben la advertencia de no «caer» de la obra iluminadora y regeneradora del Espíritu (Heb 6:4-9). Se advierte a los judíos no espirituales que ellos no serán recibidos en el reino venidero (Mt 25:1-13). Se advierte a los gentiles, grupo opuesto a Israel como grupo, del peligro de perder por su incredulidad el lugar de bendición que tienen en la era actual (Rom 11:21).

4.     Algunos pasajes hablan de recompensas y no de la salvación. Una persona que es salva y que está segura en Cristo puede perder su recompensa (1 Co 3:15; Col 1:21-23) y recibir una reprobación en cuanto al servicio a Cristo (1 Co 9:27).Un cristiano genuino también puede perder su comunión con Dios a causa del pecado (1 Jn. 1:6) y ser privado de alguno de los beneficios presentes del creyente, tales como el de tener el fruto del Espíritu (Gál 5:22-23) y el de disfrutar de la satisfacción de un servicio cristiano efectivo.

6.     A causa de su descarrío, un creyente verdadero puede ser castigado o disciplinado, así como un niño es disciplinado por su padre (Jn 15:2; 1 Co. 11:29-32; 1 Jn 5:16), y podría llegar al punto de quitarle la vida física. Sin embargo, este castigo no es evidencia de falta de salvación, antes, al contrario, es evidencia de que es hijo de Dios que está siendo tratado como tal por su Padre Celestial.

7.     Según las Escrituras, también es posible que un creyente esté «caído de la gracia» (Gál 5:1-4). Debidamente interpretado, esto no se refiere a que un cristiano pierda la salvación, sino a la caída de una situación de gracia en la vida y la pérdida de la verdadera libertad que tiene en Cristo por haber regresado a la esclavitud del legalismo. Esta caída es de un nivel de vida, no de la obra de la salvación.

8.     Muchas de las dificultades tienen relación con pasajes tomados fuera de su contexto, especialmente en pasajes que se relacionan con otra dispensación. El A.T. no da una clara visión de la seguridad eterna, aunque puede suponerse sobre la base de la enseñanza del N.T. que un santo del Antiguo Testamento que era verdaderamente nacido de nuevo estaba tan seguro como un creyente de la era actual. Sin embargo, los pasajes que se refieren a una dispensación pasada o futura deben ser interpretados en su contexto, tal como Ezequiel 33:7-8, y pasajes de gran importancia como Deuteronomio 28, que tratan de las bendiciones y maldiciones que vendrán a Israel por la obediencia o desobediencia de la ley. Otros pasajes se refieren a maestros falsos y no regenerados de los últimos días (1 Tim 4:1-2; 2 Ped 2:1-22; Jud 17-19), que son personas que, aunque han hecho una profesión de ser cristianos, jamás han llegado a tener la salvación.

9.     Un cierto número de pasajes presentados en apoyo de la inseguridad han sido sencillamente mal interpretados, como Mateo 24:13: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo.» Esto se refiere no a la salvación de la culpa y el poder del pecado, sino a la liberación de los enemigos y de la persecución. Este versículo se refiere a los que sobreviven de la tribulación y son rescatados por Jesucristo en su segunda venida. La Escritura enseña claramente que muchos creyentes verdaderos morirán como mártires antes de la venida de Cristo y no permanecerán, o sobrevivirán hasta que Cristo vuelva (Ap 7:14). Este pasaje ilustra cómo puede dársele aplicaciones equivocadas a un versículo en relación con la cuestión de la seguridad e inseguridad.

10.  La respuesta final a la cuestión de la seguridad o inseguridad del creyente está en la respuesta a la pregunta «¿quién realiza la obra de salvación?». El concepto de que el creyente una vez salvado es siempre salvo está basado sobre el principio de que la salvación es obra de Dios y no descansa en mérito alguno del creyente y no se conserva por ningún esfuerzo del creyente. Si el hombre fuera el autor de la salvación, ésta sería insegura. Pero siendo la obra de Dios, es segura. La sólida base bíblica para creer que una persona salvada es siempre salva está apoyada por lo menos por doce argumentos importantes. Cuatro se refieren a la obra del Padre, cuatro a la del Hijo y cuatro a la del Espíritu Santo.

(Nota: la gracia es el poder capacitador divino conforme su Espíritu para que el creyente viva libre del dominio del pecado, no una licencia para pecar como muchos afirman).

La Obra Del Padre En La Salvación

La Escritura revela la soberana promesa de Dios, que es incondicional y promete salvación eterna a todo aquel que cree en Cristo (Jn 3:16; 5:24; 6:37). Obviamente Dios puede cumplir lo que promete, y su voluntad inmutable se revela en Rom 8:29-30. El poder infinito de Dios puede salvar y guardar eternamente (Jn 10:29; Rom 4:21; 8:31, 38-39; 14:4; Ef 1:19-21; 3:20; Fil 3:21; 2 Tim 1:12; Heb 7:25; Jud 24). Es claro que Dios no solamente tiene fidelidad para el cumplimiento de sus promesas, sino el poder de realizar todo lo que se propone hacer. Las Escrituras revelan que Él quiere la salvación de los que creen en Cristo. El amor infinito de Dios no solamente explica el propósito eterno de Dios, sino que asegura que su propósito se cumplirá (Jn 3:16; Rom 5:7-10; Ef 1:4). En Romanos 5:8-11 dice que el amor de Dios por los salvados es mayor que su amor por los no salvos, y esto asegura su seguridad eterna. El argumento es sencillo: si amó tanto a los hombres que dio a su Hijo y lo entregó a la muerte por ellos cuando eran «pecadores» y «enemigos», los amará mucho más cuando por su gracia redentora sean justificados delante de sus ojos y sean reconciliados con Él. El sobreabundante amor de Dios por los que ha redimido a un costo infinito es suficiente garantía de que no permitirá jamás que sean arrebatados de su mano sin que todos los recursos de su poder infinito se hayan agotado (Jn 10: 28-29); y, por descontado, el infinito poder de Dios jamás puede agotarse. La promesa del Padre, el infinito poder del Padre y el amor infinito del Padre hacen imposible que una persona que se haya entregado a Dios el Padre por la fe en Jesucristo pierda la salvación que Dios operó en su vida.

La justicia de Dios también garantiza la seguridad eterna de quienes han con fiado en Cristo porque las demandas de la justicia divina han sido completamente satisfechas por la muerte de Cristo, porque El murió por los pecados de todo el mundo (1 Jn 2:2). Al perdonar el pecado y prometer la salvación eterna, Dios está actuando sobre una base perfectamente justa. Al salvar al pecador, Dios no lo hace sobre la base de la lenidad y es perfectamente justo al perdonar no solamente a los del A.T. que vivieron antes de la cruz de Cristo, sino a todos los que vivan después de la cruz de Cristo (Rom 3:25-26). Consecuentemente, no se puede dudar de la seguridad eterna del creyente sin poner en tela de juicio la justicia de Dios. Así tenemos que se combinan su fidelidad a sus promesas, su poder infinito, su amor y su justicia infinitos, para dar al creyente la absoluta seguridad de su salvación.

La Obra Del Hijo

La muerte vicaria de Jesucristo en la cruz es garantía absoluta de la seguridad del creyente. La muerte de Cristo es la respuesta suficiente al poder condenatorio del pecado (Rom 8:34). Cuando se alega que el salvado puede perderse nuevamente, generalmente se hace sobre la base de algún posible pecado. Esta suposición necesariamente procede del supuesto de que Cristo no llevo todos los pecados que el creyente cometa, y que Dios, habiendo salvado un alma, puede verse sorprendido y desengañado por un pecado inesperado cometido después de la salvación. Por el contrario, la omnisciencia de Dios es perfecta. Él conoce de antemano todo pecado o pensamiento secreto que pueda oscurecer la vida de un hijo suyo, y la sangre expiatoria y suficiente de Cristo fue derramada por aquellos pecados y Dios ha sido propiciado por la sangre (1 Jn 2:2). Gracias a la sangre, que alcanza para los pecados de los salvados y no salvados, Dios está en libertad de continuar su gracia salvadora hacia los que no tienen méritos. El los guarda para siempre, no por amor a ellos solamente, sino para satisfacer su propio amor y manifestar su propia gracia (Ro. 5:8; Ef. 2:7-10). Toda condenación es quitada para siempre por el hecho de que la salvación y la preservación dependen solamente del sacrificio y los méritos del Hijo de Dios (Jn 3:18; 5:24; Rom 8:1; 1 Co 11:31-32).

La resurrección de Cristo, como sello de Dios sobre la muerte de Cristo, garantiza la resurrección y la vida de los creyentes (Jn 3:16; 10:28; Ef 2:6). Dos hechos vitales conectados con la resurrección de Cristo hacen que la seguridad eterna del creyente sea cierta. El don de Dios es vida eterna (Rom 6:23), y esta vida es la vida de Cristo resucitado (Col 2:12; 3:1). Esta vida es eterna como Cristo es eterno y no se puede disolver ni destruir, así como Cristo no puede disolverse ni destruirse. El hijo de Dios también es hecho parte de la nueva creación en la resurrección de Cristo por el bautismo del Espíritu y la recepción de la vida eterna. Como objeto soberano de la obra creativa de Dios, la criatura no puede hacer que el proceso de creación vuelva atrás, y por cuanto está en Cristo como el último Adán, no puede caer, porque Cristo no puede caer. Aunque son evidentes los fracasos en la vida y experiencia cristiana, éstos no afectan la posición del creyente en Cristo que es santo merced a la gracia de Dios y a la muerte y resurrección de Cristo.

La obra de Cristo como nuestro abogado en los cielos también garantiza nuestra seguridad eterna (Rom 8:34; Heb 9:24; 1 Jn 2:1). En su obra de abogado o representante legal del creyente, Cristo invoca la suficiencia de su obra en la cruz como base para la propiciación, o satisfacción de todas las demandas de Dios al pecador, y así efectuar la reconciliación del pecador con Dios por medio de Jesucristo. Dado que la obra de Cristo es perfecta, el creyente verdadero puede descansar en la seguridad de la perfección de la obra de Cristo presentada por El mismo como representante del creyente en el cielo.

La obra de Cristo como nuestro intercesor suplementa y confirma su obra como abogado nuestro (Jn 17:1-26; Rom 8:34; He. 7:23-25). El ministerio actual de Cristo en la gloria tiene que ver con la seguridad eterna de los que en la tierra son salvos. Cristo, al mismo tiempo, intercede y es nuestro abogado. Como intercesor, tiene en cuenta la debilidad, la ignorancia y la inmadurez del creyente, cosas acerca de las cuales no hay culpa. En este ministerio Cristo no solamente ora por los suyos que están en el mundo y por todas sus necesidades (Lc 22:31-32; Jn 17:9, 15, 20; Rom 8:34), sino que, sobre la base de su propia suficiencia en su sacerdocio inmutable, garantiza que serán conservados salvos para siempre (Jn 14:19; Rom 5:10; Heb 7:25). Tomada como un todo, la obra de Cristo en su muerte, resurrección, abogacía e intercesión proporciona una seguridad absoluta para quien está de este modo representado por Cristo en la cruz y en el cielo. Si la salvación es una obra de Dios para el hombre y no una obra del hombre para Dios, su resultado es cierto y seguro y se cumplirá la promesa de Juan 5:24 de que el creyente no ’vendrá a condenación’.

La Obra Del Espíritu Santo

La obra de regeneración o nuevo nacimiento en que el creyente es hecho participe de la naturaleza divina es un proceso irreversible y obra de Dios (Jn 1:13; 3:3-6; Tit 3:4-6; 1 Ped 1:23; 2 Ped 1:4; 1 Jn 3:9). Así como no hay reversión para el proceso de creación, no puede haber reversión para el proceso del nuevo nacimiento. Por cuanto es una obra de Dios y no del hombre, y se realiza completamente sobre el principio de la gracia, no hay una base justa o razón por la que no deba continuar para siempre. 

La presencia interior del Espíritu en el creyente es una posesión permanente del creyente durante La edad presente (Jn 7:37-39; Ro 5:5; 8:9; 1 Co 2:12; 6:19; 1 Jn 2:27). En las épocas anteriores a Pentecostés no todos los creyentes poseían el Espíritu en su interior aun cuando estaban seguros de su salvación; sin embargo, en la era actual el hecho de que el cuerpo del creyente, aunque sea pecador y corrupto, es templo de Dios, se constituye en otra evidencia confirmatoria del inmutable propósito de Dios de acabar lo que comenzó al salvar al creyente. Aunque el Espíritu pueda ser contristado por pecados no confesados (Ef. 4:30) y pueda ser apagado en el sentido de ser resistido (1 Ts 5:19), jamás se insinúa que estos actos causen la pérdida de la salvación en el creyente. Antes bien, ocurre que el mismo hecho de la salvación y de la presencia continua del Espíritu Santo en el corazón se constituye en la base para el llamado a volver a caminar en comunión y conformidad con la voluntad de Dios.

La obra del Espíritu en el bautismo, por La cual el creyente es unido a Cristo y al cuerpo de Cristo eternamente, es otra evidencia de la seguridad. Por el ministerio bautismal del Espíritu, el creyente es unido al cuerpo del cual Cristo es la Cabeza (1 Co 6:17; 12:13; Gál 3:27) y, por lo tanto, se dice que está en Cristo. Estar en Cristo constituye una unión que es a la vez vital y permanente. En aquella unión las cosas viejas —posición y relaciones que eran base de la condenación— pasaron, y todas las posiciones y relaciones se han hecho nuevas y son de Dios (2 Co 5:17-18). Al ser aceptado para siempre en el amado, el hijo de Dios está tan seguro como aquél en quien está, y en quien permanece.

La presencia del Espíritu en el creyente se dice que es el sello de Dios que durará hasta el día de la redención, el día de La traslación o resurrección del creyente (2 Co 1:22; Ef 1:13-14; 4:30). El sello del Espíritu es obra de Dios y representa la salvación y seguridad de la persona así sellada hasta que Dios complete su propósito de presentar al creyente perfecto en el cielo; por lo tanto, es otra evidencia de que una vez salvado el creyente es siempre salvo, libre del poder del dominio del pecado para vivir en santidad. Tomada como un todo, la seguridad eterna del creyente descansa sobre la naturaleza divina de la salvación. Es obra de Dios, no. obra de hombres. Descansa en el poder y la fidelidad de Dios, no en la fortaleza y fidelidad del hombre. Si la salvación fuera por obras, o si la salvación fuera una recompensa por la fe como una buena obra, sería comprensible que se pusiera en dudas la seguridad del hombre. Pero, puesto que descansa sobre la gracia, y las promesas de Dios, el creyente puede estar confiado en su seguridad y, con Pablo, estar «persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» (Fil 1:6).

Entonces se puede concluir, de este gran cuerpo de verdad, que el propósito eterno de Dios, que es para preservación de los suyos, no podrá jamás ser derrotado. Con este fin ha previsto cualquier obstáculo posible. El pecado, que podría producir, separación, ha sido llevado por un sustituto que, con el fin de que el creyente sea guardado, invoca la eficacia de su muerte ante el trono de Dios. La voluntad del creyente queda bajo el control divino (Fil 2:13), y toda prueba o tentación es templada por la infinita gracia y sabiduría de Dios (1 Co 10:13). No se puede enfatizar con suficiente fuerza que, aunque en este expuesto se han tratado la salvación y la preservación en la salvación como empresas divinas separadas, como una adaptación a la forma usual de hablar, la Biblia no hace tal distinción. Según las Escrituras, no hay salvación propuesta, ofrecida y emprendida bajo la gracia, que no sea infinitamente perfecta y permanezca para siempre.

Parte fundamental de nuestra identidad en Cristo es que no hay condenación, ya que es un rasgo vital de Cristo impartido al creyente por su Espíritu, así como Él es eterno, el creyente goza de la misma eternidad en Él por su amor y gracia.

*Tomado del libro - Identidad celestial Pag 19, por Dr. Félix Muñoz

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