Romanos
8:1:
Ahora, pues, ninguna condenación hay para
los que están en Cristo Jesús.
La razón por que emito del texto la parte subsiguiente
(los que no andan conforme la carne, sino
conforme al Espíritu) es porque no aparece en los manuscritos antiguos, considerado
en sí un adherido para comprender el contraste contextual del que vive en la
carne y el que vive dirigido por el Espíritu de Dios.
Aquí podemos observar algo sumamente importante en su
contexto. Desde el valle de la desesperación y de la derrota, el apóstol Pablo
asciende ahora a las alturas con un clamor de triunfo: Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús. Esto se puede comprender de dos maneras. Primero, no hay condenación
de parte de Dios por lo que toca a nuestro pecado, porque estamos en Cristo.
Había condenación mientras estuviésemos en nuestra primera cabeza federal,
Adán. Pero ahora estamos en Cristo y por ello estamos tan libres de condenación
como Él jamás podrá ser condenado, gracias a la aplicación de Su justicia en el
creyente, como mencioné en el capítulo anterior. De forma que podemos lanzar el
reto:
Alcanza
primero a mi bendito Salvador, Prívalo de la estima en que Dios le tiene;
Prueba si puedes que en Jesús algún pecado hay, Y entonces inmundo me podrás
declarar.
W. N. Tomkins. Otro punto importante
es que también puede significar que ya no hay necesidad de la clase de condena
propia que Pablo describió en el capítulo 7 en su contexto inmediato. Podemos
pasar a través de una experiencia de Romanos 7, la travesía de quien confía en
sí mismo (carne) y no en los recursos
divinos (Espíritu), incapaces de
cumplir las demandas de la ley mediante nuestros propios esfuerzos, pero no
tenemos por qué quedarnos allí. Por qué no hay ahora, pues, ninguna
condenación.
Histórico-culturalmente en el A.T. carne podía hacer
referencia a cualquier criatura mortal, pero designaba especialmente a los
seres humanos. Llevaba la connotación de debilidad y mortalidad, especialmente
al ser contrastada con Dios y su Espíritu por Eje. (Gén 6:3, Is 31:3, Sal
78:39). Para el periodo del N.T. esta connotación de debilidad se extendía a la
debilidad moral, al igual que en los Rollos MM mejor conocidos como los Rollos
que Qumrán los cuales traducían como susceptibilidad
humana al pecado, o egocentrismo,
como un opuesto a centrado en Dios. Una
vida gobernada bajo el dominio tirano de la carne es una dependiente del
esfuerzo y recurso humano personal finito, es una vida egoísta, a diferencia de
una dirigida por el Espíritu de Dios conforme las Escrituras. La forma retórica
que Pablo utiliza las palabras carne y Espíritu en todo el capítulo de Romanos
8 da entender las dos esferas existentes, en Adán o en Cristo, no las dos
naturalezas de la persona.
En los escritos del N.T. carne en sí misma, no es
mala, Cristo se hizo carne (Jn 1:14), en si la materia no es mala, hay que
comprender que la materia en si es buena, depende de su uso es lo que determina
si está mal o bien, eje. (Gén 1:1-31) Dios
vio que todo era bueno, incluso hasta el fruto prohibido está en ese escalón,
ya que en el momento que Dios con su poder creativo hizo que creciera toda
planta y todo árbol con fruto, estuvo presente el prohibido (Gén 1:12), y era
bueno, lo que fue malo en sí no era el árbol con su fruto, sino el mal uso que Adán (el rojizo) le dio al mismo, no fue el fruto la causa de la caída,
fue la desobediencia del hombre. En si la materia no es mala, pero si vemos el
Hijo se materializó, se hizo carne, pero no carne de pecado (Rom 8:3), ya que
en Él no hubo, ni habrá pecado alguno (1 Pd 2:22). La traducción de la NVI da
lugar a equivocación, porque hay muchos hoy día que piensan sobre este texto
que Espíritu y carne son dos naturalezas de la persona, en sí Espíritu no es parte esencial del
humano, sino más bien es la presencia misma de Dios en el humano creyente arrepentido.
Según el contexto inmediato de Romanos Cap. 8, Romanos 7:15-25 describe la
lucha de dos aspectos de la personalidad humana:
Razón y acción: tratando de cumplir la moralidad divina mediante
el esfuerzo humano, dando entender que tal lucha es una inútil.
Razón y aceptación: acepta que el único medio por el cual se
puede vivir tales demandas es por la capacitación del Espíritu, su poder
vigorizante de gracia (Hch 1:8) ya
que el poder de Dios es la capacitación moral divina en el hombre arrepentido.
En tales tiempos había un pensamiento común sobre una
bifurcación radical del ser humano en una parte moralmente vertical ¨espiritual¨ contra una parte inmoral ¨corporal¨ esa era una idea neoplatónica
ajena al contexto y mente de Pablo al expresar la carta, por ello hace uso del
juego retórico para que la congregación comprendiera claramente. Ese
pensamiento ajeno a lo antes mencionado fue introducido por los gnósticos, en
la interpretación del N.T. nunca los lectores judíos y creyentes gentiles en
Cristo en ese tiempo hubieran dado uso de tal inclinación interpretativa al
menos que falsos maestros como los gnósticos y los filósofos griego-platónicos
las hubieran introducido, ya que pablo hablaba claro sobre el tema.
Pablo expresó claro que la mera existencia corporal y
fuerza humana, es mortal e inadecuada para resistir el pecado. Aun cuando el
termino se usó en las Escrituras con flexibilidad, en un sentido somos carne (como se hace mención anteriormente sobre el
A.T. ¨humanos¨) el problema no es que la gente sea carne, sino que viva la
vida a su manera en lugar de vivirla mediante el poder y la gracia de Dios en
conformidad a sus órdenes Escritas. En el N.T. algunas veces distingue entre el
cuerpo humano y el alma, pero esta distinción no es el punto para contrastar
entre andar en el Espíritu y andar en la carne (Rom 8:4). En el A.T. el
Espíritu ungió al pueblo de Dios especialmente para profetizar, pero también
los dotó con poder para hacer otras cosas. Aquí como en los Rollos de Qumrán, y
ocasionalmente en el A.T. el Espíritu capacita a la persona para vivir
justamente (Ezq 36:27). En el judaísmo el Espíritu indicaba la presencia de
Dios, aquí el Espíritu indica vida,
haciendo observación adecuada del contexto histórico-cultural y sus creencias
en ese tiempo, podemos entender conforme el texto que una identificación sana
con la persona de Cristo dará por resultado una seguridad presente y futura de
su vida en Él.
Hay dos palabras claves en el texto expuesto de
Romanos 8:1 y estas son condenación y
Cristo Jesús, es un contraste magno. La palabra condenación viene de gr.
katakrima. Alude a un veredicto o
sentencia de culpabilidad. La misma proviene de gr. katakrino. Que significa juicio
en contra. Se refiere a un resultado
causado por la caída de Adán (Rom 5:16-18), alude una ausencia de justicia en su vida y caminar. Entonces si un creyente
es dotado con el Espíritu de Dios, es a causa de que la justicia divina ha sido
imputada en él, esto da entender que un creyente al depositar su fe en Jesús es
dotado con justicia no solo ante Dios, sino para su caminar diario, y es libre
de la condenación, por ello sigue el texto explicando que esa condena a causa
de Adán, por herencia humana, ya no es aplicada porque pasó de esa cabeza
federal a la nueva, Jesucristo, del gr.
jristos. El ungido, el mesías, es un adjetivo de gr. jrio que significa ungir,
esta palabra era aplicada a los sacerdotes los cuales se les separaba con
aceite para su servicio. Entonces si el creyente se identifica con Jesús está
adquiriendo no solo su justicia ante Dios por gracia, sino también la justicia
que el Hijo otorgó para testificarle.
Parte esencial de la identidad en Cristo es la
seguridad que el creyente puede experimentar en su justicia divina, que, así
como Él no sufre condenación, así tampoco el creyente porque participa de sus
beneficios por su gracia. ¡inocente! Estas palabras a una persona condenada a
muerte son un refrigerio a su alma, la realidad es que toda la humanidad está
condenada a muerte por haber violado la santa ley de Dios de forma natural, sin
embargo, gracias a Jesucristo los que creen identificándose con Él son declarados
libres de culpa y del poder del pecado, el cual es la causa de ello, y ahora en
base a tal identidad reciben el poder capacitador de la gracia para cumplir la
voluntad divina, sin Cristo no habría esperanza y mucho menos justicia.
Como antes mencioné todo aquel que deposita su fe en
Jesucristo adquiere su justicia, la cual es inquebrantable e irrevocable, eso
debe causar una seguridad en el creyente dedicado a conocer las Escrituras, hay
dos factores importantes en tal seguridad, una es la presente y otra es la
eterna.
Seguridad Presente
En la experiencia del creyente, la seguridad de que
uno es salvo por la fe en Cristo es esencial para el cumplimiento de todo el
programa de crecimiento en la gracia y el conocimiento de Él. La seguridad es
asunto de experiencia y se relaciona con la confianza personal en la salvación
presente. No se debe confundir con la doctrina de la seguridad eterna del
creyente, que discutiremos más adelante. La seguridad eterna es una cuestión de
doctrina, mientras la seguridad presente es un asunto de lo que la persona cree
en un momento dado acerca de su salvación personal.
La
seguridad presente depende de tres aspectos importantes de la experiencia:
1)
comprensión de que la salvación provista en Cristo Jesús es completa.
2) el
testimonio confirmatorio de la experiencia cristiana.
3)
aceptación por fe de las promesas bíblicas de la salvación.
Eso
nos llevará al siguiente paso:
Comprensión de la
naturaleza de la salvación
Para tener una verdadera seguridad de salvación es
esencial tener una clara comprensión de lo que Cristo obtuvo por medio de su muerte
en la cruz. La salvación no es una obra del hombre para agradar a Dios, sino
una obra de Dios en favor del hombre. Depende completamente de la gracia divina,
sin tener en consideración ningún mérito humano. La persona que comprende que
Cristo murió en su favor y proveyó una salvación completa que se ofrece a
cualquiera que cree sinceramente en Cristo, puede tener la seguridad de su
salvación en cuanto cumple la condición de confiar en Cristo como Salvador. En
muchos casos la falta de seguridad se debe a una comprensión incompleta de la
naturaleza de la salvación y del Salvador. Una vez que se ha comprendido que la
salvación es un obsequio que no puede obtenerse por esfuerzos humanos, que no
puede merecerse y que está disponible como un don de Dios para todo aquel que
la reciba por fe, se ha echado una base adecuada para la seguridad de la salvación,
y la cuestión se resuelve por si sola en la respuesta a la pregunta de si uno
ha creído realmente en Cristo. Esta pregunta puede ser respondida por las
confirmaciones que se encuentran en la experiencia cristiana de una persona que
ha recibido la salvación.
Entre las diversas realizaciones divinas que en
conjunto constituyen la salvación de un alma, la Biblia da un énfasis supremo a
la recepción de una nueva vida de parte de Dios. Más de 85 pasajes del N.T.,
confirman este rasgo de la gracia salvadora. La consideración de estos pasajes
deja ver el hecho de que esta vida impartida es don de Dios para todo aquel que
cree en Cristo (Jn 10:28; Rom 6:23); es de Cristo (Jn 14:6); es Cristo que mora
en el creyente en el sentido de que la vida eterna es inseparable de Él (Col
1:27; 1 Jn 5:11, 12) y, por lo tanto, es eterna como Él es eterno.
La confirmación
testimonial de la experiencia
Basado en el hecho de que Cristo mora en él, el
creyente debe probarse a sí mismo si está en fe (2 Co 13:5); porque es
razonable esperar que el corazón en el que Cristo mora, en condiciones
normales, esté consciente de su maravillosa presencia. Sin embargo, el creyente
no es dejado a merced de sus sentimientos e imaginaciones equívocos en cuanto a
la forma precisa en que se manifestará Cristo en su vida interior, y esto queda
claramente definido en las Escrituras. Esta revelación particular tiene un
propósito doble para el creyente que está sujeto a la Palabra de Dios:
· Lo
protege contra la suposición de que el emocionalismo carnal es de Dios. Creencia que ha encontrado muchos seguidores
en la actualidad.
· Establece
una norma de realidad espiritual.
Es obvio que una persona inconversa, aunque sea fiel
en su conformidad exterior a la práctica religiosa, jamás manifestará la vida
que es Cristo. De igual manera, el profesante carnal es anormal, en el sentido
de que no tiene modo de probar por la experiencia que tiene la salvación.
Aunque la vida eterna en sí es ilimitada, toda experiencia cristiana normal es
limitada por lo carnal (1 Co 3:1-4). El creyente carnal está tan perfectamente
salvado como el espiritual, porque ninguna experiencia, mérito o servicio
forman parte de la base de la salvación. Aunque aún sea un bebé, está en Cristo
(1 Co 3:1). Su obligación hacia Dios no es ejercer la fe salvadora, sino
someterse al propósito y voluntad de Dios en las Escrituras. Es de importancia fundamental
comprender que una experiencia cristiana normal solo pueden tenerla quienes
están llenos del Espíritu.
La nueva vida en Cristo que viene como resultado de
ser salvo por la fe produce ciertas manifestaciones importantes:
1.
El conocimiento de que Dios es nuestro
Padre Celestial es una de las preciosas experiencias que pertenecen a quien ha
puesto su confianza en Cristo. En Mt 11:27 se declara que ninguno conoce al
Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo lo quiera revelar. Una cosa es saber
algo acerca de Dios, experiencia posible en una persona no regenerada, pero es
algo muy distinto conocer a Dios, lo que solo puede ser realizado en la medida
que el Hijo lo revele, y ¨esta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien
has enviado¨ (Jn 17:3). La comunión con el Padre y con el Hijo es algo
conocido solamente por quienes «andan en
luz» (1 Jn 1:7). Por lo tanto, una experiencia cristiana normal incluye una
apreciación personal de la paternidad de Dios.
2.
Una realidad nueva en la oración es otra
experiencia confirmatoria que conduce a la seguridad presente. La oración asume
un lugar muy importante en la experiencia del cristiano espiritual. Se
convierte gradualmente en su recurso más vital. Por medio de la acción interior
del Espíritu que mora en él, el creyente ofrece alabanzas y acciones de gracias
(Ef. 5:18-19), y par obra del Espíritu es capacitado para orar en conformidad
con la voluntad de Dios (Rom 8:26-27; Jud 20). Además, es razonable creer que,
puesto que el ministerio de Cristo en la tierra y en el cielo ha sido y es en
gran parte un ministerio de oración, la persona en cual Él mora será guiada a
oración en forma normal.
3.
Una nueva capacidad para comprender las Escrituras
es otra importante experiencia relacionada con la salvación. Según la promesa
de Cristo, el hijo de Dios entenderá por obra del Espíritu las cosas de Cristo,
las cosas del Padre y las cosas venideras (Jn 16:12-15). En el camino de Emaús,
Cristo abrió las Escrituras a los que lo oían (Lc 24:32) y abrió los corazones
de ellos a las Escrituras al mismo tiempo (Lc 24:45). Semejante experiencia, a
pesar de ser tan maravillosa, no es solamente para ciertos cristianos que gozan
de un favor especial de Dios; es la experiencia normal de todos los que están a
cuentas con Dios (1 Jn 2:27), puesto que es una manifestación natural de Cristo
que mora en el creyente.
4.
Un nuevo sentido de la pecaminosidad del
pecado es una experiencia normal de la persona que es salva. Así como el agua
quita todo lo que es ajeno e inmundo (Ez 36:25; Jn 3:5; Tit 3:5-6; 1 Pd 3:21; 1
Jn 5:6-8), la Palabra de Dios desplaza todas las concepciones humanas e implanta
los ideales de Dios (Sal 119:11), y por la acción de la Palabra de Dios
aplicada por el Espíritu, la manera divina de estimar el pecado desplaza la
estimación humana. Es imposible que Cristo, que no tuvo pecado y sudó gotas de
sangre al ser ofrecido como ofrenda por el pecado, no produzca una nueva percepción
de la naturaleza corrompida del pecado en la persona en la cual mora, cuando
tiene libertad para manifestar su presencia.
5.
Se recibe un nuevo amor por los
inconversos. El hecho de que Cristo murió por todos los hombres (2 Co 5:14-15,
19) es la base que permite a Pablo decir: «De
aquí en adelante a nadie conocemos según la carne» (2 Co 5:16). Dejando a
un lado todas las distinciones terrenales, él consideraba a los hombres, a
través de sus ojos espirituales, como almas por las cuales Cristo murió. Por la
misma razón, Pablo no cesaba de orar por los perdidos (Rom 10:1) y de
esforzarse por alcanzarlos (Rom 15:20), y por amor a ellos estaba dispuesto a «anatema, separado de Cristo» (Rom
9:1-3). Esta compasión divina debiera ser experimentada por cada creyente lleno
del Espíritu, como resultado de la presencia divina en su corazón (Rom 5:5; Gál
5:22).
6.
Se experimenta también un nuevo amor por
los salvados. En 1 Juan 3:14 se presenta el amor por los hermanos como una
prueba absoluta de la salvación personal. Esto es razonable, ya que por la obra
regeneradora del Espíritu Santo el creyente es introducido a un nuevo
parentesco con la casa y familia de Dios. Solo en ella existe la paternidad
verdadera de Dios y la verdadera hermandad entre los hombres. El hecho de que
la misma presencia divina esté en el interior de dos individuos los relaciona
en una forma vital y les otorga un lazo correspondiente de devoción. El amor de
un cristiano por otro es, de este modo, la insignia del verdadero discipulado
(Jn 13:34-35), y este afecto es la experiencia normal de todos los que son
nacidos de Dios.
7.
Una base suprema para la seguridad de la
salvación es la manifestación del carácter de Cristo en el creyente. Las
experiencias subjetivas resultantes debidas a la Presencia divina no estorbada
en el corazón se señalan con nueve palabras: Amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza, (Gál 5:22-23), y cada palabra representa un mar de realidad en
el plano del carácter ilimitado de Dios. Esta es la vida que Cristo vivió (Jn
13:34; 14:27; 15:11), es la vida de semejanza con Cristo (Fil 2:5-7) y es la
vida que es Cristo (Fil 1:21). Debido a que estas gracias son producidas par el
Espíritu que mora en cada creyente, esta experiencia ha sido provista para
todos.
8.
Las experiencias combinadas de la vida
cristiana producen una conciencia de salvación por fe en Cristo. La fe
salvadora en Cristo es una experiencia bien clara. El apóstol Pablo decía
acerca de Si: «Yo sé a quién he creído»
(2 Ti. 1:12). La confianza personal en el Salvador es un acto tan definido de
la voluntad y una actitud tan clara de la mente, que difícilmente podría uno
engañarse al respecto. Pero Dios tiene el propósito de que el cristiano normal
esté seguro en su propio corazón de que ha sido aceptado por Dios. El cristiano
espiritual recibe el testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios (Rom 8:16).
En forma similar, habiendo aceptado a Cristo, el creyente no tendrá más
conciencia de condenación a causa del pecado (Jn 3:18; 5:24; Rom 8:1; Heb
10:2). Esto no implica que el cristiano no estará consciente del pecado que
comete; se trata más bien de que está consciente de haber sido aceptado
eternamente por Dios por media de la obra de Cristo (Efe 1:6; Col 2:13), que es
la porción de todo aquel que cree.
Al concluir la enumeración de los elementos esenciales
de una verdadera experiencia cristiana, debemos dejar claramente establecido
que en todo ello queda excluido el emocionalismo puramente carnal, y que la
experiencia del creyente será normal solamente cuando anda en la luz de la
Palabra (1 Jn 1:7). En base a tal iluminación Escritural el creyente puede
aceptar la verdad de las promesas divinas.
Aceptación de la
verdad en las promesas Escriturales
1.
La confianza en la veracidad de la Biblia
y en el cumplimiento cierto de sus promesas de salvación es esencial para tener
la seguridad de la salvación. Por sobre toda experiencia y aparte de cualquier
experiencia que el cristiano pueda tener una experiencia que a menudo es muy
indefinida a causa de la carnalidad, se ha dado la evidencia permanente de la
infalible Palabra de Dios. El apóstol Juan se dirige a los creyentes en los
siguientes términos: «Estas cosas as he
escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis
que tenéis vida eterna» (1 Jn 5:13). Por medio de este pasaje se da
seguridad a todo creyente, carnal o espiritual por igual, para que sepan que
tienen vida eterna. Esta seguridad se hace descansar, no en experiencias cambiantes,
sino sobre las cosas que están escritas en la inmutable Palabra de Dios (Sal
119:89, 160; Mt 5:18; 24:35; 1 Ped 1:23, 25).
Las promesas escritas de Dios son como un título de
dominio (Jn 3:16, 36; 5:24; 6:37; Hch 16:31; Rom 1:16; 3:22, 26; 10:13), y así
exigen confianza. Estas promesas de salvación forman el pacto incondicional de
Dios baja la gracia, sin exigencia de méritos humanos, sin necesidad de
experiencias humanas que prueben su verdad. Estas poderosas realidades deben ser
consideradas como cumplidas sobre la única base de la veracidad de Dios.
2.
Dudar si uno realmente ha puesto su fe en
Cristo y las promesas de Dios es destructivo para la fe cristiana. Hay
multitudes que no tienen ninguna certeza de haber hecho una transacción
personal con Cristo acerca de su salvación. Aunque no es esencial que uno sepa
el día y la hora de su decisión, es imperativo que sepa que ahora está
confiando en Cristo sin referencia al tiempo en que comenzó a confiar. El
apóstol Pablo afirma que está «seguro que
[Dios] es poderoso para guardar mí deposito», esto es, lo que él había
entregado a Dios para que se lo guardara (2 Tim 1:12). Obviamente, la cura para
la incertidumbre acerca de si se ha recibido a Cristo es recibir a Cristo
ahora, teniendo en cuenta que ningún mérito personal ni obra religiosa tiene
valor: sólo Cristo puede salvar. La
persona que no está segura de haberse entregado a Dios pan fe para recibir la
salvación que solo Dios puede dan, puede remediar esta falta dando un paso
definitivo de fe. Este es un acto de la voluntad, aunque podría estar
acompañado de la emoción y exige necesariamente la comprensión de la doctrina
de la salvación. A muchos ha ayudado el decir en oración:
«Señor,
si nunca he puesto mi confianza en ti antes, ahora lo hago.» No se
puede experimentar una verdadera seguridad de salvación si no hay un acto
específico de recibir por fe a Cristo como Salvador en arrepentimiento.
3.
Dudar de la fidelidad de Dios es también
fatal para cualquier experiencia verdadera de seguridad. Algunos no están
seguros de su salvación porque no están seguros de que Dios los haya recibido y
salvado. Este estado mental normalmente es provocado par la búsqueda de un
cambio en los sentimientos en lugar de poner la mirada en la fidelidad de
Cristo. Los sentimientos y las experiencias tienen su lugar, pero, como se dijo
antes, la evidencia definitiva de la salvación personal es la veracidad de
Dios. La que Él ha dicho, hará, y no es piadoso ni digno de elogio el que una persona
desconfíe de su salvación después de haberse entregado en forma definida a Cristo.
4.
La seguridad de salvación, consecuentemente,
depende de la comprensión de la naturaleza de la salvación completa de Dios
para quienes ponen su con fianza en Cristo. En parte, puede hallarse una
confirmación en la experiencia cristiana, y normalmente hay un cambio de vida
en la persona que ha confiada en Cristo como su Salvador. Es esencial que
comprenda que la seguridad de salvación depende de la certeza de las promesas
de Dios y de la seguridad de que el individuo se ha entregado a Cristo pon fe
confiando en que El cumplirá estas promesas. La persona que se ha entregado de
este modo puede descansan en que la fidelidad de Dios, que no puede mentir,
cumplirá su promesa de salvar al creyente par su divino poder y gracia.
Una clara compresión Escritural iluminada por el
Espíritu sobre cuál es la posición del creyente en Él, le dará la experiencia
viva presente y segura de su salvación, recordando que ¨Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús (Rom 8:1)¨ de parte a lo siguiente, una seguridad
eterna.
Seguridad Eterna
Aunque la mayoría de los creyentes en Cristo acepta la
doctrina de que pueden tener la seguridad de su salvación en determinado
momento en su experiencia, muchas veces se hace la pregunta: «¿Puede perderse una persona que ha sido
salva?» Puesto que el temor de perder la salvación podría afectar
seriamente la paz mental de un creyente, y por cuanto su futuro es tan vital,
esta pregunta constituye un aspecto importantísimo de la doctrina de la
salvación.
La afirmación de que una persona salvada puede
perderse nuevamente está basada sobre ciertos pasajes bíblicos que parecen
ofrecer dudas acerca de la continuidad de la salvación. En la historia de la
iglesia ha habido sistemas opuestos de interpretación conocidos como
Calvinismo, en apoyo de la seguridad eterna, y Arminianísmo, en oposición a la
seguridad eterna (cada uno denominado
según el nombre de su apologista más célebre, Juan Calvino y Jacobo Arminio).
En mi experiencia e inclinación personal, yo prefiero mantener una postura
neutro, Cristo-céntrica, en sí, me identifico más con una Teología Bíblica Sistemática, un compuesto expositivo contextual e histórico gramatical. Pero es importante
observar algunos puntos ya que muchos se identifican con ellos, es importante
aclarar, no son herejes cualquiera que se incline a uno de estos dos, solo son
discrepancias teológicas. Pero en mi parecer prefiero mantenerme como antes
mencioné, ya que antes de Arminio y Calvino fue y es Jesucristo, y las
Escrituras. Ahora veamos.
Punto de vista
Arminiano:
Los que sustentan el punto de vista Arminiano dan una
lista de unos ochenta y cinco pasajes que sustentan la seguridad condicional. Entre éstos los más importantes para ellos
son: Mt 5:13; 6:23; 7:16-19; 13:1-8; 18:23-35; 24:4-5, 11-13, 23-26; 25:1-13;
Lc 8:11-15; 11:24-28; 12:42-46; Jn 6:66-71; 8:31-32, 51; 13:8;15:1-6; Hch 5:32;
11:21-23; 13:43; 14:21-22; Rom 6:11-23; 8:12-17; 11:20-22; 14:15-23; 1 Co
9:23-27; 10:1-21; 11:29-32; 15:1-2; 2 Co 1:24; 11:2-4; 12:21-13:5; Gál 2:12-16;
3:4-4:1; 5:1-4;6:7-9; Col 1:21-23; 2:4-8, 18-19; 1 Ts 3:5; 1 Tim 1:3-7, 18-20; 2:11-15;
4:1-16; 5:5-15; 6:9-12, 17-21; 2 Tim 2:11-18, 22-26; 3:13-15; Heb 2:1-3; 3:6-19;
4:1-16; 5:8-9; 6:4-20; 10:19-39; 11:13-16; 12:1-17, 25-29; 13:7-17; Stg
1:12-26; 2:14- 26; 4:4-10; 5:19-20; 1 Ped 5:9, 13; 2 Ped 1:5-11; 2:1-22;
3:16-17; 1 Jn 1:5 - 3:11; 5:4-16; 2 Jn 6-9; Jud 5-12, 20-21; Ap 2:7, 10-11,
17-26; 3:4-5, 8-22; 12:11; 17:14; 21:7-8; 22:18-19.
El estudio de estos pasajes requiere la consideración
de una cierta cantidad de preguntas.
1.
Probablemente la cuestión más importante
que enfrenta el intérprete de la Biblia tocante a este tema es la de poder saber
quién es un creyente verdadero. Muchos de los que se oponen a la doctrina de la
seguridad eterna lo hacen sobre la base de que es posible que una persona tenga
una fe intelectual sin haber llegado realmente a la salvación. Los que se
adhieren a la doctrina de la seguridad eterna están de acuerdo en que una
persona puede tener una conversión superficial, o sufrir un cambio de vida solamente
exterior, de pasos externos como aceptar a Cristo, unirse a la iglesia o bautizarse,
y aun llegue a experimentar un cierto cambio en su patrón de vida, pero sin que
haya alcanzado la salvación en Cristo. Aunque es imposible establecer normas
acerca de cómo distinguir a una persona salvada de una no salva, obviamente no
hay dudas al respecto en la mente de Dios. El creyente individual debe
asegurarse en primer lugar de que ha recibido realmente a Cristo como su
Salvador. En esto es de ayuda comprender que recibir a Cristo es un acto de la
voluntad que puede necesitar algún conocimiento del camino de salvación y podría,
hasta cierto punto, tener una expresión emocional, pero la cuestión fundamental
es ésta: «¿He recibido realmente a
Jesucristo como mi Salvador personal?» Mientras no se haya enfrentado
honestamente esta pregunta no puede haber, por supuesto, una base para la
seguridad eterna, ni una verdadera seguridad presente de la salvación. Muchos
que niegan la seguridad eterna solo quieren decir que la fe superficial no es
suficiente para salvar. Los que sostienen la seguridad eterna están de acuerdo
con este punto. La forma correcta de plantear el problema es si una persona que
actualmente es salvo y que ha recibido la vida eterna puede perder lo que Dios
ha hecho al salvarlo del pecado.
2.
Muchos de los pasajes citados por los que
se oponen a la seguridad eterna se refieren a las obras humanas o la evidencia
de la salvación. El que es verdaderamente salvo debiera manifestar su nueva
vida en Cristo por medio de su carácter y sus obras. Sin embargo, puede ser
engañoso juzgar a una persona por las obras. Hay quienes no son cristianos y
pueden conformarse relativamente a la moralidad de la vida cristiana, mientras
hay cristianos genuinos que pueden caer, a veces, en la carnalidad y el pecado en
un grado tal que no se les puede distinguir de los inconversos. Todos están de acuerdo
en que la sola reforma moral mencionada en Lucas 11:24-26 no es una salvación
genuina, y el regreso al estado de vida anterior no es perder la salvación. Varios
pasajes presentan el importante hecho de que la profesión cristiana es justificada
por sus frutos. Bajo condiciones normales, la salvación que es de Dios se probará
por los frutos que produce (Jn 8:31; 15:6; 1 Co 15:1-2; Heb 3:6-14; Stg
2:14-26; 2 Ped 1:10; 1 Jn. 3:10). Sin embargo, no todos los cristianos en todos
los tiempos manifiestan los frutos de la salvación. En consecuencia, los
pasajes que tratan las obras como evidencias de la salvación no afectan
necesariamente la doctrina de la seguridad eterna del creyente, ya que la
pregunta decisiva es si Dios mismo considera que una persona es salva.
3. Muchos pasajes citados para apoyar la
inseguridad de los creyentes son advertencias contra una creencia superficial
en Cristo. En el Nuevo Testamento se advierte a los judíos que, puesto que los
sacrificios han cesado, deben volverse a Cristo o perderse (He. 10:26). De
igual manera, los judíos no salvados, al igual que los gentiles, reciben la
advertencia de no «caer» de la obra
iluminadora y regeneradora del Espíritu (Heb 6:4-9). Se advierte a los judíos
no espirituales que ellos no serán recibidos en el reino venidero (Mt 25:1-13).
Se advierte a los gentiles, grupo opuesto a Israel como grupo, del peligro de
perder por su incredulidad el lugar de bendición que tienen en la era actual
(Rom 11:21).
4.
Algunos pasajes hablan de recompensas y no
de la salvación. Una persona que es salva y que está segura en Cristo puede
perder su recompensa (1 Co 3:15; Col 1:21-23) y recibir una reprobación en
cuanto al servicio a Cristo (1 Co 9:27).Un cristiano genuino también puede perder
su comunión con Dios a causa del pecado (1 Jn. 1:6) y ser privado de alguno de
los beneficios presentes del creyente, tales como el de tener el fruto del
Espíritu (Gál 5:22-23) y el de disfrutar de la satisfacción de un servicio
cristiano efectivo.
6.
A causa de su descarrío, un creyente
verdadero puede ser castigado o disciplinado, así como un niño es disciplinado
por su padre (Jn 15:2; 1 Co. 11:29-32; 1 Jn 5:16), y podría llegar al punto de
quitarle la vida física. Sin embargo, este castigo no es evidencia de falta de
salvación, antes, al contrario, es evidencia de que es hijo de Dios que está
siendo tratado como tal por su Padre Celestial.
7.
Según las Escrituras, también es posible
que un creyente esté «caído de la gracia»
(Gál 5:1-4). Debidamente interpretado, esto no se refiere a que un cristiano
pierda la salvación, sino a la caída de una situación de gracia en la vida y la
pérdida de la verdadera libertad que tiene en Cristo por haber regresado a la
esclavitud del legalismo. Esta caída es de un nivel de vida, no de la obra de
la salvación.
8.
Muchas de las dificultades tienen relación
con pasajes tomados fuera de su contexto, especialmente en pasajes que se
relacionan con otra dispensación. El A.T. no da una clara visión de la
seguridad eterna, aunque puede suponerse sobre la base de la enseñanza del N.T.
que un santo del Antiguo Testamento que era verdaderamente nacido de nuevo
estaba tan seguro como un creyente de la era actual. Sin embargo, los pasajes
que se refieren a una dispensación pasada o futura deben ser interpretados en
su contexto, tal como Ezequiel 33:7-8, y pasajes de gran importancia como
Deuteronomio 28, que tratan de las bendiciones y maldiciones que vendrán a
Israel por la obediencia o desobediencia de la ley. Otros pasajes se refieren a
maestros falsos y no regenerados de los últimos días (1 Tim 4:1-2; 2 Ped
2:1-22; Jud 17-19), que son personas que, aunque han hecho una profesión de ser
cristianos, jamás han llegado a tener la salvación.
9.
Un cierto número de pasajes presentados en
apoyo de la inseguridad han sido sencillamente mal interpretados, como Mateo
24:13: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo.» Esto se refiere no a
la salvación de la culpa y el poder del pecado, sino a la liberación de los enemigos
y de la persecución. Este versículo se refiere a los que sobreviven de la
tribulación y son rescatados por Jesucristo en su segunda venida. La Escritura
enseña claramente que muchos creyentes verdaderos morirán como mártires antes
de la venida de Cristo y no permanecerán, o sobrevivirán hasta que Cristo
vuelva (Ap 7:14). Este pasaje ilustra cómo puede dársele aplicaciones
equivocadas a un versículo en relación con la cuestión de la seguridad e
inseguridad.
10. La
respuesta final a la cuestión de la seguridad o inseguridad del creyente está
en la respuesta a la pregunta «¿quién
realiza la obra de salvación?». El concepto de que el creyente una vez
salvado es siempre salvo está basado sobre el principio de que la salvación es
obra de Dios y no descansa en mérito alguno del creyente y no se conserva por
ningún esfuerzo del creyente. Si el hombre fuera el autor de la salvación, ésta
sería insegura. Pero siendo la obra de Dios, es segura. La sólida base bíblica
para creer que una persona salvada es siempre salva está apoyada por lo menos
por doce argumentos importantes. Cuatro
se refieren a la obra del Padre, cuatro a la del Hijo y cuatro a la del
Espíritu Santo.
(Nota: la gracia es el poder capacitador
divino conforme su Espíritu para que el creyente viva libre del dominio del
pecado, no una licencia para pecar como muchos afirman).
La Obra Del Padre
En La Salvación
La Escritura revela la soberana promesa de Dios, que
es incondicional y promete salvación eterna a todo aquel que cree en Cristo (Jn
3:16; 5:24; 6:37). Obviamente Dios puede cumplir lo que promete, y su voluntad
inmutable se revela en Rom 8:29-30. El poder infinito de Dios puede salvar y
guardar eternamente (Jn 10:29; Rom 4:21; 8:31, 38-39; 14:4; Ef 1:19-21; 3:20;
Fil 3:21; 2 Tim 1:12; Heb 7:25; Jud 24). Es claro que Dios no solamente tiene
fidelidad para el cumplimiento de sus promesas, sino el poder de realizar todo
lo que se propone hacer. Las Escrituras revelan que Él quiere la salvación de
los que creen en Cristo. El amor infinito de Dios no solamente explica el propósito
eterno de Dios, sino que asegura que su propósito se cumplirá (Jn 3:16; Rom
5:7-10; Ef 1:4). En Romanos 5:8-11 dice que el
amor de Dios por los salvados es mayor que su amor por los no salvos, y esto
asegura su seguridad eterna. El argumento es sencillo: si amó tanto a los hombres que dio a su Hijo y lo entregó a la muerte
por ellos cuando eran «pecadores» y «enemigos», los amará mucho más cuando por
su gracia redentora sean justificados delante de sus ojos y sean reconciliados
con Él. El sobreabundante amor de
Dios por los que ha redimido a un costo infinito es suficiente garantía de que no permitirá jamás que sean arrebatados
de su mano sin que todos los recursos
de su poder infinito se hayan agotado (Jn 10: 28-29); y, por descontado, el infinito poder de Dios
jamás puede agotarse. La promesa del Padre, el infinito poder del Padre y el amor infinito del Padre hacen
imposible que una persona que se haya
entregado a Dios el Padre por la fe en Jesucristo pierda la salvación que Dios operó en su vida.
La justicia de Dios también garantiza la seguridad
eterna de quienes han con fiado en Cristo porque las demandas de la justicia
divina han sido completamente satisfechas por la muerte de Cristo, porque El
murió por los pecados de todo el mundo (1 Jn 2:2). Al perdonar el pecado y
prometer la salvación eterna, Dios está actuando sobre una base perfectamente
justa. Al salvar al pecador, Dios no lo hace sobre la base de la lenidad y es
perfectamente justo al perdonar no solamente a los del A.T. que vivieron antes
de la cruz de Cristo, sino a todos los que vivan después de la cruz de Cristo
(Rom 3:25-26). Consecuentemente, no se puede dudar de la seguridad eterna del
creyente sin poner en tela de juicio la justicia de Dios. Así tenemos que se
combinan su fidelidad a sus promesas, su poder infinito, su amor y su justicia
infinitos, para dar al creyente la absoluta seguridad de su salvación.
La Obra Del Hijo
La muerte vicaria de Jesucristo en la cruz es garantía
absoluta de la seguridad del creyente. La muerte de Cristo es la respuesta
suficiente al poder condenatorio del pecado (Rom 8:34). Cuando se alega que el
salvado puede perderse nuevamente, generalmente se hace sobre la base de algún posible
pecado. Esta suposición necesariamente procede del supuesto de que Cristo no
llevo todos los pecados que el creyente cometa, y que Dios, habiendo salvado un
alma, puede verse sorprendido y desengañado por un pecado inesperado cometido después
de la salvación. Por el contrario, la omnisciencia de Dios es perfecta. Él conoce
de antemano todo pecado o pensamiento secreto que pueda oscurecer la vida de un
hijo suyo, y la sangre expiatoria y suficiente de Cristo fue derramada por
aquellos pecados y Dios ha sido propiciado por la sangre (1 Jn 2:2). Gracias a
la sangre, que alcanza para los pecados de los salvados y no salvados, Dios está
en libertad de continuar su gracia salvadora hacia los que no tienen méritos.
El los guarda para siempre, no por amor a ellos solamente, sino para satisfacer
su propio amor y manifestar su propia gracia (Ro. 5:8; Ef. 2:7-10). Toda
condenación es quitada para siempre por el hecho de que la salvación y la preservación
dependen solamente del sacrificio y los méritos del Hijo de Dios (Jn 3:18;
5:24; Rom 8:1; 1 Co 11:31-32).
La resurrección de Cristo, como sello de Dios sobre la
muerte de Cristo, garantiza la resurrección y la vida de los creyentes (Jn
3:16; 10:28; Ef 2:6). Dos hechos vitales conectados con la resurrección de
Cristo hacen que la seguridad eterna del creyente sea cierta. El don de Dios es
vida eterna (Rom 6:23), y esta vida es la vida de Cristo resucitado (Col 2:12;
3:1). Esta vida es eterna como Cristo es eterno y no se puede disolver ni destruir,
así como Cristo no puede disolverse ni destruirse. El hijo de Dios también es
hecho parte de la nueva creación en la resurrección de Cristo por el bautismo
del Espíritu y la recepción de la vida eterna. Como objeto soberano de la obra creativa
de Dios, la criatura no puede hacer que el proceso de creación vuelva atrás, y por
cuanto está en Cristo como el último Adán, no puede caer, porque Cristo no
puede caer. Aunque son evidentes los fracasos en la vida y experiencia
cristiana, éstos no afectan la posición del creyente en Cristo que es santo merced
a la gracia de Dios y a la muerte y resurrección de Cristo.
La obra de Cristo como nuestro abogado en los cielos
también garantiza nuestra seguridad eterna (Rom 8:34; Heb 9:24; 1 Jn 2:1). En
su obra de abogado o representante legal del creyente, Cristo invoca la
suficiencia de su obra en la cruz como base para la propiciación, o
satisfacción de todas las demandas de Dios al pecador, y así efectuar la reconciliación
del pecador con Dios por medio de Jesucristo. Dado que la obra de Cristo es
perfecta, el creyente verdadero puede descansar en la seguridad de la perfección
de la obra de Cristo presentada por El mismo como representante del creyente en
el cielo.
La obra de Cristo como nuestro intercesor suplementa y
confirma su obra como abogado nuestro (Jn 17:1-26; Rom 8:34; He. 7:23-25). El
ministerio actual de Cristo en la gloria tiene que ver con la seguridad eterna
de los que en la tierra son salvos. Cristo, al mismo tiempo, intercede y es
nuestro abogado. Como intercesor, tiene en cuenta la debilidad, la ignorancia y
la inmadurez del creyente, cosas acerca de las cuales no hay culpa. En este
ministerio Cristo no solamente ora por los suyos que están en el mundo y por
todas sus necesidades (Lc 22:31-32; Jn 17:9, 15, 20; Rom 8:34), sino que, sobre
la base de su propia suficiencia en su sacerdocio inmutable, garantiza que
serán conservados salvos para siempre (Jn 14:19; Rom 5:10; Heb 7:25). Tomada
como un todo, la obra de Cristo en su muerte, resurrección, abogacía e intercesión
proporciona una seguridad absoluta para quien está de este modo representado
por Cristo en la cruz y en el cielo. Si la salvación es una obra de Dios para el
hombre y no una obra del hombre para Dios, su resultado es cierto y seguro y se
cumplirá la promesa de Juan 5:24 de que el creyente no ’vendrá a condenación’.
La Obra Del
Espíritu Santo
La obra de regeneración o nuevo nacimiento en que el
creyente es hecho participe de la naturaleza divina es un proceso irreversible
y obra de Dios (Jn 1:13; 3:3-6; Tit 3:4-6; 1 Ped 1:23; 2 Ped 1:4; 1 Jn 3:9).
Así como no hay reversión para el proceso de creación, no puede haber reversión
para el proceso del nuevo nacimiento. Por cuanto es una obra de Dios y no del
hombre, y se realiza completamente sobre el principio de la gracia, no hay una
base justa o razón por la que no deba continuar para siempre.
La presencia interior del Espíritu en el creyente es
una posesión permanente del creyente durante La edad presente (Jn 7:37-39; Ro
5:5; 8:9; 1 Co 2:12; 6:19; 1 Jn 2:27). En las épocas anteriores a Pentecostés
no todos los creyentes poseían el Espíritu en su interior aun cuando estaban
seguros de su salvación; sin embargo, en la era actual el hecho de que el
cuerpo del creyente, aunque sea pecador y corrupto, es templo de Dios, se
constituye en otra evidencia confirmatoria del inmutable propósito de Dios de acabar
lo que comenzó al salvar al creyente. Aunque el Espíritu pueda ser contristado por
pecados no confesados (Ef. 4:30) y pueda ser apagado en el sentido de ser
resistido (1 Ts 5:19), jamás se insinúa que estos actos causen la pérdida de la
salvación en el creyente. Antes bien, ocurre que el mismo hecho de la salvación
y de la presencia continua del Espíritu Santo en el corazón se constituye en la
base para el llamado a volver a caminar en comunión y conformidad con la
voluntad de Dios.
La obra del Espíritu en el bautismo, por La cual el
creyente es unido a Cristo y al cuerpo de Cristo eternamente, es otra evidencia
de la seguridad. Por el ministerio bautismal del Espíritu, el creyente es unido
al cuerpo del cual Cristo es la Cabeza (1 Co 6:17; 12:13; Gál 3:27) y, por lo
tanto, se dice que está en Cristo. Estar en Cristo constituye una unión que es
a la vez vital y permanente. En aquella unión las cosas viejas
—posición y relaciones que eran base de la condenación— pasaron, y todas las posiciones y relaciones se han hecho nuevas y son de Dios (2 Co
5:17-18). Al ser aceptado para siempre en el amado, el hijo de Dios está tan
seguro como aquél en quien está, y en quien permanece.
La presencia del Espíritu en el creyente se dice que
es el sello de Dios que durará hasta el día de la redención, el día de La
traslación o resurrección del creyente (2 Co 1:22; Ef 1:13-14; 4:30). El sello
del Espíritu es obra de Dios y representa la salvación y seguridad de la
persona así sellada hasta que Dios complete su propósito de presentar al
creyente perfecto en el cielo; por lo tanto, es otra evidencia de que una vez
salvado el creyente es siempre salvo, libre del poder del dominio del pecado
para vivir en santidad. Tomada como un todo, la seguridad eterna del creyente
descansa sobre la naturaleza divina de la salvación. Es obra de Dios, no. obra
de hombres. Descansa en el poder y la fidelidad de Dios, no en la fortaleza y
fidelidad del hombre. Si la salvación fuera por obras, o si la salvación fuera
una recompensa por la fe como una buena obra, sería comprensible que se pusiera
en dudas la seguridad del hombre. Pero, puesto que descansa sobre la gracia, y
las promesas de Dios, el creyente puede estar confiado en su seguridad y, con
Pablo, estar «persuadido de esto, que el
que comenzó en vosotros la buena obra la perfeccionará hasta el día de
Jesucristo» (Fil 1:6).
Entonces se puede concluir, de este gran cuerpo de
verdad, que el propósito eterno de Dios, que es para preservación de los suyos,
no podrá jamás ser derrotado. Con este fin ha previsto cualquier obstáculo
posible. El pecado, que podría producir, separación, ha sido llevado por un
sustituto que, con el fin de que el creyente sea guardado, invoca la eficacia
de su muerte ante el trono de Dios. La voluntad del creyente queda bajo el
control divino (Fil 2:13), y toda prueba o tentación es templada por la infinita
gracia y sabiduría de Dios (1 Co 10:13). No se puede enfatizar con suficiente
fuerza que, aunque en este expuesto se han tratado la salvación y la
preservación en la salvación como empresas divinas separadas, como una
adaptación a la forma usual de hablar, la Biblia no hace tal distinción. Según las
Escrituras, no hay salvación propuesta, ofrecida y emprendida bajo la gracia,
que no sea infinitamente perfecta y permanezca para siempre.
Parte fundamental de nuestra identidad en Cristo es
que no hay condenación, ya que es un rasgo vital de Cristo impartido al
creyente por su Espíritu, así como Él es eterno, el creyente goza de la misma
eternidad en Él por su amor y gracia.
*Tomado del libro - Identidad celestial Pag 19, por Dr. Félix Muñoz