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No es un tema bonito. Pero si no hablamos de las congregaciones moribundas, actuaremos como si no hubiera un problema. La primera etapa para que cualquier iglesia invierta las tendencias negativas es estar al tanto de la situación, o dicho de otra manera, confrontar las brutales realidades. Cada año sin número de iglesias cierran sus puertas. Y las que están en ese proceso, muchas de ellas mueren porque se niegan a reconocer los problemas antes de que se vuelvan irreversibles. Por lo tanto, es con dolor y gran amor por las iglesias locales que comparto un patrón que es cada vez más común.
“Seis etapas de una iglesia moribunda”
- Negación: La iglesia está disminuyendo, tanto en lo nutriente como en lo numéricamente, pero nadie parece preocuparse por ello. Menos personas son alcanzadas con el evangelio, pero eso no alarma a nadie. El impacto de la iglesia en la comunidad es insignificante, pero la vida continúa en la iglesia como si nada hubiera sucedido.
- Recalibración: Hay una sensación de que algo está mal en la iglesia, así que la iglesia responde de una de dos maneras. Hacer más de lo que está haciendo, cosa que ha demostrado ser inefectivo. O en segundo lugar, buscar una “fórmula mágica”, un nuevo énfasis, nueva visión, nuevo pastor, nuevos ministerios, nuevo edificio, nuevos muebles, más espacio etc. La iglesia realmente no quiere cambiar; solo piensa que necesita un ajuste.
- Enojo: Los líderes de la iglesia y los miembros comienzan a reconocer que la fórmula mágica no revirtió las tendencias negativas, por lo que desvían la culpa. Es culpa de la denominación, les faltó fe, no dieron lo suficiente para que se lograse, debieron dar más dinero. Esto es a causa de aquellos que no respetan la manera en la que siempre lo hemos hecho. Es la cultura desenfrenada. Es la gente de nuestra comunidad que dejó de asistir a las iglesias. El enojo en estas iglesias es palpable y su falta de responsabilidad ante el asunto.
- Éxodo: La congregación había estado perdiendo miembros gradualmente hasta ese punto, pero ahora el flujo de salida aumenta. E incluso aquellos que no se van oficialmente, asisten con menos frecuencia. El centro de adoración está desolado cada servicio. El enojo en la iglesia se convierte en desmoralización y la culpa busca donde reposarse, el juicio y la faltas morales comienzan a verse.
- Desesperación: Por primera vez desde que comenzó el proceso de deterioro, los miembros restantes afirman estar más abiertos a las nuevas ideas, revelaciones y al cambio. Pero sus palabras son más que palabras de desesperación que de convicción. Ahora sí ven la letra en la pared. Estos sienten que su iglesia morirá pronto, esto hace que sus palabras estén con su líder pero su mente y corazón están en busqueda de una nueva iglesia.
- Muerte: La iglesia junto con su líder se convierten simplemente en otra triste y trágica estadística. En el mejor de los casos, la iglesia entrega su propiedad a una iglesia saludable, cosa que casi nunca se logra ver.
Conclusión: El problema no es escasez de gente, recursos económicos o geografía. El problema es una escasez de coraje, compromiso, y sacrificio para vivir a Cristo por el Espíritu según las Escrituras. Para eso se necesita valentía, una negación propia constante y una dependencia en Dios plenamente determinada.
